Ricardo Anaya, quien ya regresó al circo político, escribió lo siguiente en Facebook: “Las 26 personas más ricas del mundo tienen una riqueza equivalente a la mitad más pobre del planeta. Hay mucha desigualdad. El reto es lograr más igualdad, pero con movilidad hacia arriba, no empobreciendo al país como parece querer AMLO. El reto es doble: crecer y redistribuir”. Al respecto dos comentarios.
1.- El problema no es la desigualdad sino la pobreza, e insistir en “resolver” el primero puede agravar el segundo. El problema no es que Pedro genere más ingreso que Juan (desigualdad), sino que Juan, independiente de cuánto ingreso genere Pedro, no sea capaz de generar, gracias a su trabajo, un ingreso suficiente que le permita satisfacer correctamente sus necesidades, comenzando por las básicas, que son aquellas que, de quedar insatisfechas, atenten contra la dignidad, la salud y la vida de las personas (pobreza). El problema no es la desigualdad sino la pobreza, y la primera no es la causa de la segunda.
Según Forbes el hombre más rico del mundo en 2020 es Jeff Bezos (Amazon) con una fortuna de 117 mil millones de dólares. En la posición diez se encuentra Alice Walton (Walmart) con 51 mil millones. Bezos es 2.3 veces más rico que Walton. Entre los dos hay una desigualdad considerable, pero en ninguno de los dos casos hay pobreza. No confundamos: una cosa es desigualdad y otra pobreza.
2.- Redistribuir el ingreso, el segundo reto que identifica Anaya, implica que el gobierno (cobrándole impuestos) le quita a Pedro lo que es suyo, parte del producto de su trabajo (de su ingreso), para darle a Juan (gasto social) lo que, por no ser producto de su trabajo (de su ingreso), no es suyo. Se trata, simple y llanamente, de una expoliación legal.
¿Las necesidades insatisfechas de Juan le dan derecho a parte del ingreso (del producto del trabajo) de Pedro, teniendo el gobierno la obligación de hacer valer ese derecho redistribuyendo el ingreso de Pedro a Juan, quitándole a Pedro lo que es suyo para darle a Juan lo que no es suyo? La gran mayoría de los políticos, y Anaya no es la excepción, creen que sí, creencia que es parte, no del Estado de Derecho (que es el gobierno de las leyes justas, siendo tales las que reconocen plenamente, definen puntualmente y garantizan jurídicamente los derechos de las personas, comenzando por el derecho a la propiedad sobre el producto del trabajo), sino del Estado de chueco.
Gobernar se ha vuelto sinónimo de redistribuir el ingreso, común denominador de cualquier gobierno, lo cual ha hecho que éste se convierta, como lo dijo Bastiat, en la gran ficción por medio de la cual todo el mundo pretende vivir a costa de todo el mundo. Como esto no es posible, Juan, con la intermediación del gobierno, acaba viviendo a costa de Pedro.
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