México se encuentra en el umbral no sólo de una estanflación (estancamiento con inflación elevada), sino de una crisis colosal por causas internas que pudieron (¡y aún pueden!) ser evitadas.
De la misma manera que en octubre de 2018 la cancelación de la obra del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) marcó un punto de quiebre en la actividad económica que dio paso a la recesión de 2019, la Contrarreforma Eléctrica que propone el presidente López Obrador amenaza con descarrilar por completo la economía del país.
Y es que aunque el NAIM era una obra de gran importancia, detener su construcción no implicaba un cambio (retroceso) estructural de afectaciones tan inmediatas y profundas sobre todas las demás industrias, como sí ocurre con devolverle el monopolio a la CFE.
No sólo eso. Como se ha planteado, con la reforma eléctrica la CFE también sería un monopsonio, es decir, el único comprador de la energía producida por los privados, que de este modo, no tendrán ningún incentivo para seguirla produciendo y menos de manera limpia y eficiente.
¿Qué es lo que esta moviendo la decisión presidencial? De no ser la mala fe, quedan sólo la ignorancia y el mal entendimiento, al querer obligar a todos – empresas y personas-, a que paguen sin opción alguna por una energía más cara, en vez de que todos puedan comprarla más barata.
López Obrador – con verdades a medias- se ha mostrado inconforme en que empresas como Oxxo, Walmart y Bimbo paguen menos por la electricidad que un hogar o una tienda de abarrotes.
Según el parecer del presidente “está mal” y es “injusto” que las empresas paguen más barato, a pesar de que para llegar a eso tuvieran que invertir o contratar servicios de producción privada, que justo por serlo, tienen el incentivo para generar la energía al menor costo y con el menor impacto ambiental de que sean capaces.
Si no fuera así, y les resultara más caro producir ellos mismos que comprarle la “luz” a la CFE, no dude que preferirían obtener el 100 por ciento de su energía de dicha “empresa”.
Por eso le digo que la concepción de los políticos como Manuel Bartlett y López Obrador es errónea y descarada – o de plano de mala fe-, pues no proponen mecanismos para que los usuarios domésticos y pequeños negocios paguemos a CFE una tarifa igual de baja que los que la producen para su propio consumo, sino que quieren obligar a los que la obtienen barata a que la compren más cara.
¿Por qué CFE no nos vende la “luz” a precios tan bajos como los que tanto incomodan al presidente? Muy simple: porque no puede.
CFE produce energía cara y altamente contaminante – entre otras ineficiencias por culpa de los privilegios que tienen los trabajadores de su sindicato-, pues como Empresa Productiva del Estado en realidad funciona “de facto” como una dependencia más del gobierno Federal. No tiene incentivo alguno para ser rentable, y menos, para ser limpia. Por si fuera poco, sus tarifas son tan altas que el gobierno tiene que subsidiarlas para que los usuarios no paguemos todavía más caro cada “aviso- recibo” de la CFE.
¿Cuáles serán entonces algunos de los efectos más graves de esta contrarreforma eléctrica si se aprueba en sus términos?
Primero, la pérdida de más competitividad de México frente a sus competidores internacionales, y por ende, la pérdida también de inversiones nacionales y extranjeras que tanto necesitamos para producir más bienes, servicios y empleos.
Segundo, un incremento en los costos para las empresas que terminará siendo trasladado a los consumidores finales a través de mayores precios.
Es decir: justo cuando la inflación – el peor, oculto y más injusto de los impuestos- continúa convirtiéndose en un problema de largo alcance que roba poder de compra a los ingresos de personas y empresas, la llamada “4T” agravará el problema preparando el terreno para una inflación elevada de larga duración.
En la carrera contra los precios el gobierno quiere cavar más profundo en vez de dejar de hundirnos, lo que por desgracia, nos acerca más adelante al terrible riesgo del control de precios – que ya comenzó con el gas doméstico-, y que sería la puntilla para la economía de México.
Los nubarrones de tormenta no presagian nada bueno. Más nos vale entonces prepararnos a tiempo para un nuevo desastre.