Hay tres falacias que se repiten una y otra vez. Primera: los gobernantes son nuestros empleados, por lo tanto tienen que hacer lo que les ordenemos que hagan. Segunda: dado que son nuestros empleados a los gobernantes les pagamos nosotros, por ello tienen que hacer lo que les ordenemos que hagan. Tercera: dado que a los gobernantes les pagamos nosotros el dinero que manejan es nuestro, por lo cual tienen que hacer lo que les ordenemos que hagan. Las tres falacias suponen que el ciudadano manda y que el gobernante obedece. En los países donde hay Estado de Derecho lo que manda es la ley y el gobernante la obedece. En los países donde hay Estado de chueco, antítesis del Estado de Derecho, quien manda es el gobernante y los ciudadanos obedecen. ¿Cómo se llama el Estado donde manda el ciudadano? ¿Conviene que mande el ciudadano?
Para empezar, los gobernantes no son nuestros empleados. La relación gobernante – ciudadano es distinta a la relación empleado – empleador, comenzando porque, uno, entre el empleador y el empleado hay un contrato, mismo que no existe entre el ciudadano y el gobernante (y no me vengan con el cuento del contrato social o con la fábula de que la constitución hace las veces de dicho contrato) y, dos, porque la libertad que tiene el empleador frente al empleado es mucho mayor que la que tiene el ciudadano frente al gobernante, ciudadano que por lo general se encuentra en una posición de inferioridad frente al gobernante, aun en los casos en los que hay Estado de Derecho.
Para continuar, a los gobernantes no les pagamos los ciudadanos. A los ciudadanos los gobernantes nos obligan a entregarles parte del producto de nuestro trabajo, que en eso consiste cobrar impuestos, y de allí se cobran. Y hagan lo que hagan, y háganlo como lo hagan, se siguen cobrando.
Para terminar, el dinero que manejan los gobernantes no es de nosotros los ciudadanos. Que alguna vez, antes del cobro de impuestos, lo haya sido, no quiere decir que, después del mismo, lo siga siendo. El derecho de propiedad es el derecho a la libertad a usar, disfrutar y disponer de lo que es de uno como a uno más le convenga, y una vez que el dinero que nos obligaron a entregarles por el cobro de impuestos llega a manos de los gobernantes nosotros ya no podemos usarlo, disfrutarlo o disponerlo como creamos más conveniente (y no me vengan con el cuento de que indirectamente, por medio de nuestros “representantes”, los legisladores, quienes aprueban los presupuestos de egresos, o directamente, a través de los presupuestos participativos, sí podemos disponer de ese dinero como creamos más conveniente).
Si creemos que los gobernantes son nuestros empleados, que nosotros les pagamos, y que el dinero que manejan es nuestro, es porque no nos hemos dado cuenta de cuál es la naturaleza del gobernante, que dista mucho de ser la de un empleado; de qué supone pagar impuestos, que distan mucho de ser desembolsos voluntarios; de qué implica realmente el derecho de propiedad.
Claro que a los gobernantes les conviene que creamos que son nuestros empleados, que nosotros les pagamos, que el dinero que manejan es nuestro. Claro que les conviene que creamos que nosotros mandamos y ellos obedecen, algo que no sucede, ni siquiera, en donde sí hay Estado de Derecho, estados en los que manda la ley.
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