Hoy entra en vigor, en sustitución del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, TLCAN, el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá, T-MEC, en el cual algunos, comenzando por AMLO, tienen puestas sus esperanzas, por considerarlo una buena herramienta para ayudar a la reactivación de la economía mexicana, momento de recordar el viejo dicho: Ayúdate, que yo te ayudaré.
Ayúdate, gobierno mexicano, que yo, T-MEC, te ayudaré. El T-MEC no hará por el gobierno mexicano lo que el gobierno mexicano debe, en aras de la reactivación de la economía, hacer por sí mismo: generar confianza entre los empresarios para que directamente inviertan más, mucho más, de lo que han invertido últimamente, inversiones directas de las que depende la producción de bienes y servicios, de la que depende el crecimiento de la economía.
Lo primero que hay que hay tener en cuenta es que, hasta ayer, seguía vigente el TLCAN, mejor tratado, en muchos sentidos, que el T-MEC, y que, pese a ello, la economía se desaceleró a partir de noviembre de 2018, inmediatamente después de la cancelación del NAICM, y que entró en recesión antes de que se diera, consecuencia del coronavirus, lo que ya se conoce como el Gran Confinamiento. Que sin el TLCAN nos hubiera ido peor, probablemente, pero, aún con él, nos fue muy mal. Con el T-MEC, ¿nos irá menos mal que con el TLCAN? Lo dudo.
El TLCAN fue, en muchos sentidos, un mejor tratado que el T-MEC, sobre todo desde la perspectiva del libre comercio, con relación al cual, en varios frentes, el T-MEC significa un retroceso. Pongo un ejemplo.
Hay libre comercio en los países en los cuales los consumidores, comprando o dejando de comprar, determinan la composición (el qué) y el monto (el cuánto) de las importaciones de bienes de consumo final, de bienes intermedios y de bienes de capital, sin ninguna intervención del gobierno. En este sentido el T-MEC implica menos, no más, libre comercio. Es el caso de las reglas de origen para la industria automotriz, que con el T-MEC son más restrictivas. Con el TLCAN, que ya era restrictivo, el 62.5 por ciento de las partes de los automóviles producidos en cualquiera de los tres países debía provenir de Norteamérica. Con el T-MEC el porcentaje se elevó a 75, el 70 por ciento del acero y aluminio utilizado en la producción de automóviles debe provenir de Norteamérica, y el pago a los obreros deberá ser de por lo menos 16 dólares la hora. Todo ello significa, no más, sino menos, libre comercio. No más, sino menos, libertad para que los agentes económicos, en este caso los productores, elijan, en cuanto a proveeduría, la mejor opción posible.
El T-MEC es más restrictivo que el TLCAN, y si el gobierno mexicano no se ayuda a sí mismo la ayuda que aporte el T-MEC será mínima.
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