Ya publicó el INEGI la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) correspondiente al 2016 y, seguramente, uno de los temas más socorridos va a ser el de la desigualdad en materia de ingresos, misma que es considerable.
En ingreso promedio mensual de los hogares en México, el año pasado, fue 14 mil 345 pesos. En el 10 por ciento de los hogares más ricos el ingreso promedio mensual fue de 53 mil 606 pesos. En el otro extremo, en el 10 por ciento de los hogares más pobres, el ingreso promedio mensual fue de 2 mil 273 pesos. Así las cosas, el ingreso promedio mensual del 10 por ciento de los hogares más ricos resultó 24 veces mayor que el ingreso promedio mensual de los hogares más pobres, lo cual demuestra lo dicho: la desigualdad, en materia de ingresos, en este país, es considerable, algo que, sin lugar a dudas, subrayarán quienes consideren que ese, la desigualdad, y no la pobreza, es el problema.
Desde el punto de vista del bienestar de los miembros del 10 por ciento de los hogares más pobres, ¿qué es lo que debe preocupar y atenderse? ¿Que sus ingresos representen solo el 4.2 por ciento de los ingresos del 10 por ciento de los hogares más ricos, o que con ese ingreso no alcance, ni siquiera, para comprar la canasta básica alimentaria y no alimentaria, cuyo precio promedio (zonas rurales y urbanas) fue, en el pasado mes de julio, según los datos del Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social, CONEVAL, de 2 mil 357 pesos? Sin duda alguna que lo que debe preocupar y atenderse es lo segundo (la pobreza) no lo primero (la desigualdad), por más que a los “pobretólogos” (dícese de quienes se dedican profesionalmente a estudiar la pobreza) les preocupe más lo primero, razón por la cual deberíamos llamarlos “desigualtólogos” (pido perdón por este horripilante barbarismo lingüístico).
El problema no es la pobreza, sino la desigualdad.
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