Robert Lucas, profesor de la Universidad de Chicago, obtuvo el Premio Nobel de Economía en 1995 por cimentar la teoría de las expectativas racionales, la cual señala que las acciones futuras de los agentes económicos: inversión, precios, tasas de interés, entre otras variables, son impactadas por lo que esperemos del futuro de la economía.
Con base en una interpretación “a modo” de esa teoría, concluyen algunos funcionarios que quienes hablan mal de la economía crean expectativas negativas que la empeoran. Por lo tanto, le piden a empresarios, comunicadores y líderes de opinión, que no hablen mal de la economía mexicana, si quieren cooperar a que mejore.
Para apuntalar las expectativas optimistas, el gobierno proporciona datos macroeconómicos de reducción de pobres, del déficit presupuestal y de una futura caída de la inflación. Muchos empresarios, comunicadores y académicos se unen a los coros de que vamos bien por el bien del país. El Presidente pide que vean lo bueno. Las críticas, cooperan según esa óptica, a una mayor inflación, más déficit en cuenta corriente, más deuda, aumento de precio del dólar y mayores tasas de interés; por lo tanto si quieres que a México le vaya bien, no digas que las actuales políticas de gasto y deuda tienen un futuro negativo.
¡Falso!, ese sofisma parte de premisas equivocadas, que algunos aceptan por conveniencia y otros por ignorancia. Afirmar que todas las variables económicas van bien cuando algunos datos que publican no tienen un sustento sólido, solo sirve para que los resultados negativos se retarden y estallen después con más fuerza, pero no mejoran sustancialmente las expectativas racionales, pues no existen razones suficientes para que la recuperación se materialice.
Contrariamente a lo que dicen los portavoces oficiales, afirmar que vamos bien sin realizar correcciones de fondo, despreocupa a los gobernantes de frenar estructuralmente los excesos. Sólo los rectifican en la medida que pueden presentar información que parezca cierta, para seguir gastando, sin austeridad ni orden, y vender expectativas irracionales positivas que duren hasta las elecciones o la entrega del poder a otro gobierno.