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Mitología histórica

Hemos conmemorado los 200 años de lo que se denominó “la consumación de nuestra independencia” y esto dio motivo a representaciones dramatizadas de este pasaje de nuestra historia, en un gran festejo realizado en el zócalo de la Ciudad de México.

Sin embargo, más allá de este hecho simbólico, la simplificación de nuestra historia adquiere nuevos significados cuando se le da un contexto político y tiene repercusiones dentro y fuera de México.

Vivimos hoy una manifestación de revisionismo maniqueo que nos exhibe globalmente como un país dolido y atrapado en sus traumas del pasado, lo cual lejos de enaltecernos, nos ridiculiza, pues nos hace blanco de ironías, como las del expresidente Aznar, de España.

Esta actitud reivindicatoria poco abona políticamente al gobierno del presidente López Obrador, en un país donde el presente es un reto a la sobrevivencia para un gran porcentaje de los mexicanos, que cada día deben resolver apremiantes carencias económicas y además, una creciente inseguridad que se deriva de la ineficiencia en el combate a la delincuencia. Cuando el presente lastima y duele, es ocioso pretender revivir rencillas del pasado.  

Nunca antes habíamos tenido diferendos diplomáticos como hoy a partir de subjetividades históricas.

Todo se origina en la narración de nuestra historia con base en héroes y villanos, patriotas y traidores, lo cual no sólo no hace justicia a quienes nos dieron patria, sino que permite la manipulación de las emociones para fines políticos, a través de una visión patriotera.

La verdadera historia la construyen, como protagonistas, personas reales, con virtudes y defectos, con ambiciones personales, atrapadas en la seducción del poder, pero también, capaces de actos heroicos.

A final de cuentas, lo que trasciende es aquello que deja una huella en la memoria colectiva a partir de su impacto en la vida cotidiana. La experiencia nos muestra que gente difícil y de moral cuestionable, también puede dejar un gran legado.

Nuestra guerra de independencia tiene aspectos inmorales, ignorados intencionalmente desde hace muchos años por la corriente oficialista de la historia. Un pasaje negro de la biografía del “padre de la patria”, Dn. Miguel Hidalgo y Costilla, nos la recordó el lunes pasado en este espacio de opinión, de El Universal, el articulista José Antonio Crespo.

Este pasaje histórico es su vinculación con Ignacio Marroquín, un sanguinario torero que bajo las órdenes del padre Hidalgo degolló personalmente un número aproximado de 200 españoles, además de dirigir el fusilamiento de hombres, mujeres, ancianos y niños durante quince días. Esto sucedió cuando el cura Hidalgo y su ejército insurgente tomaron Guadalajara.

Según el historiador y político nayarita Luis Castillo León, en la biografía de nuestro prócer se da constancia que el torero Marroquín había sido cliente del acaudalado ganadero Dn. Miguel Hidalgo, a quien le compraba toros de lidia para su espectáculo, ya que nuestro héroe patrio era propietario de tres ganaderías donde se criaban estas bestias para las funciones de tauromaquia. De esta relación comercial pudo haberse desarrollado una amistad, de modo tal que cuando el ejército insurgente tomó Guadalajara, a finales de noviembre de 1810, Dn. Miguel Hidalgo lo encontró cumpliendo condena por robo y lo liberó de la prisión donde estaba recluido y lo convirtió en su escolta personal con el grado de capitán, permitiéndole todas las atrocidades de que se le acusa.

Posteriormente este sanguinario personaje fue uno de los insurgentes fusilados el 30 de julio de 1811 en Chihuahua, junto con el padre Hidalgo, acompañado de los militares Allende, Aldama y Jiménez.

“El proceso de independencia de México fue algo insólito y plagado de contradicciones”, reconoce el historiador Lorenzo Meyer, profesor emérito de El Colegio de México, en una entrevista publicada por el periódico El País el 27 de septiembre pasado, pues el levantamiento encabezado por el padre Hidalgo no fue para liberar a nuestro territorio de la corona española, ni del rey Fernando VII, sino a favor de este y en repudio a la invasión francesa que en ese momento tenía dominada a España.

Sin embargo, la historia oficialista nos ha ocultado los “vivas para el rey Fernando VII de España”, entre las proclamas del grito de Dolores.

Los historiadores coinciden en que hasta que surge Dn. José María Morelos es que la guerra de independencia adquiere el perfil de levantamiento popular para buscar la independencia total y absoluta para nuestro territorio.

Sin embargo, los protagonistas que decidieron consolidar la independencia de México, -acontecimiento que acabamos de conmemorar-, Agustín de Iturbide y el último virrey y militar español Juan de O’Donojú, fueron los grandes ausentes de esta conmemoración de los últimos días, ignorados totalmente.

Muchos documentos serios nos cuentan que la lucha insurgente iniciada por el padre Hidalgo ya estaba casi aniquilada diez años después y fue ese grupo de militares, -anteriormente al servicio de la corona española-, quienes decidieron proclamar la independencia de nuestro país. ¿Héroes o villanos?.

La lucha que nació el 16 de septiembre de 1810 a favor del rey Fernando VII y en contra del imperio de Napoleón Bonaparte, se consolidó como un verdadero movimiento independentista con el apoyo de estos militares que anteriormente habían formado parte del ejército realista.

Por otra parte, la figura de Dn. Benito Juárez, -el “benemérito de las Américas”-, desde la perspectiva de la historia estudiada sistemáticamente por historiadores profesionales, tiene claroscuros que son ignorados por la historia oficialista, con el fin de dejar su imagen inmaculada. En contraste, el villano Maximiliano de Habsburgo, -según sus biógrafos consignan-, era un auténtico liberal, masón como el presidente Juárez y de ningún modo un conservador. Además, era poseedor de una visión humanista, orientada al combate a la pobreza, proyecto que terminó abruptamente con su fusilamiento en el Cerro de las Campanas.

Definitivamente lo cuestionable de Maximiliano, más que su conducta personal, fue el origen de su gobierno, como derivación de la inaceptable e injustificable invasión francesa.

Otro villano de nuestra historia lo es el presidente Porfirio Díaz. Este fue el gran constructor de los cimientos del México moderno, además de un muy importante héroe que combatió la invasión francesa, además de haber sido un genio militar, reconocido incluso por sus antiguos enemigos, la elite del ejército francés.

Hay grandes anécdotas recogidas durante su exilio en París, de las cuales una de las más significativas sucedió durante la visita guiada ofrecida a él por destacados militares franceses, a la tumba de Napoleón Bonaparte, ubicada en el mausoleo de Los Inválidos. Cuando el militar de mayor rango en el rol de anfitrión tuvo la deferencia de poner en sus manos la espada de Napoleón, una valorada reliquia, este expresó que nadie tenía más méritos para empuñarla que quien gobernara México desde 1884 y hasta 1911.

Fue precisamente este largo mandato lo que motivó que pasara a la historia con la etiqueta de dictador, por lo cual sus grandes méritos como gobernante visionario quedaron olvidados y ha sido ubicado como importante protagonista de la galería de villanos mexicanos.

Podríamos concluir que los grandes protagonistas de la historia han sido individuos con virtudes y defectos. Sin embargo, es su legado a nuestro país lo que debemos reconocer y valorar, evitando la satanización de su memoria, asumiendo una actitud conciliadora que nace de la búsqueda de la verdad.

El reto para el México de hoy es entender la historia sin juzgarla, evitando el manoseo político que hoy nos divide y nos impide sumar esfuerzos para construir un país cada vez mejor.

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Ricardo Homs

Vicepresidente de la Academia Mexicana de la Comunicación, autor y conferenciante. Experto en liderazgo social, estrategias competitivas de negocios, marketing político y posicionamiento.