Una de las promesas de la campaña de Donald Trump era que iba retirar a Estados Unidos del tratado de libre comercio con México y Canadá. Era el “peor acuerdo comercial en la historia”, según el candidato. De presidente, descubrió que no es tan simple removerse de un acuerdo internacional, por lo que ahora lo quiere renegociar. En el camino, Trump nos está haciendo recordar que un país poderoso tiene pocas herramientas para realmente ayudar a los países pobres —entre estas, el libre comercio— mientras que puede causar muchos problemas.
La renegociación del tratado, conocido como Nafta por sus siglas en inglés, empezó la semana pasada. Desde que entró en vigor en 1994, el comercio de EE.UU. con sus dos vecinos se ha más que duplicado y la inversión se ha disparado. La mayor integración económica con México ha coincidido con un mejoramiento histórico en la relación entre los dos países y que abarca temas que van más allá del comercio. El gran logro de la diplomacia estadounidense en los últimos 25 años ha sido alentar un México que se moderniza a través de una mayor apertura económica y política, cosa que ha favorecido a los dos países.
Eso ha cambiado con Trump. Su política y retórica antiinmigrante, y especialmente antimexicanos, ya ha alterado la política mexicana. Ha fomentado un sentimiento antiestadounidense y ha resucitado la vida política del eterno populista Manuel López Obrador, quien ahora lidera las encuestas para las elecciones presidenciales del año que viene.
La postura de Trump en las negociaciones solo empeora la situación. EE.UU. insiste en que la balanza comercial entre los países debe ser equilibrada. Requerir tal resultado no tiene sentido, ya que necesitaría una constante intervención en las economías de los países del tratado sin garantizar el resultado. Los déficits y superávits comerciales, además, no tienen nada de bueno o malo per se. EE.UU. ha “sufrido” un déficit por 41 años seguidos y su economía ha crecido notablemente. El otro lado de la moneda de un déficit comercial, después de todo, es un superávit en la cuenta de capitales, o en las inversiones recibidas del extranjero.
Trump también quiere asegurar que las compras públicas de EE.UU. sean de productos hechos en EE.UU. a la vez que demanda que sus socios comerciales en el Nafta eliminen subsidios “injustos” y, en las palabras de su negociador comercial, “prácticas de empresas estatales que distorsionan los mercados”. El mexicano Manuel Suárez-Mier tiene razón cuando observa que es un trato asimétricamente favorable a EE.UU. El trato ignora, por ejemplo, los masivos subsidios agrícolas que mantiene Washington y las distorsiones que crea el sector público estadounidense.
La negociación todavía puede evitar las malas ideas de Trump e incorporar algunas ideas que modernicen el tratado. Según el experto Simon Lester y coautores, hasta se podría llegar a un acuerdo que liberalice más el comercio. El Nafta se acordó hace décadas y en muchas áreas se podría mejorar. Por ejemplo, se podrían incluir procedimientos administrativos aduaneros y de regulación más simples o reglas sobre el comercio electrónico que facilitarían el intercambio.
El resultado de la renegociación probablemente será una mezcla de buenas y malas ideas. Si en el balance es bueno, México todavía tendrá mucho que hacer en términos de reformas económicas. Tal como concluyó un estudio de McKinsey Global Institute, el Nafta dinamizó el sector ligado al comercio exterior, pero el sector tradicional, donde hacen falta reformas, se quedó estancado. El libre comercio ayuda, pero no es una panacea. En cambio, si en el balance la renegociación es negativa, favorecerá al populismo mexicano.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 22 de agosto de 2017.
Tomado de: www.elcato.org