Muchos ciudadanos se preguntan por qué el presidente, -sabiendo que no lograría los votos legislativos necesarios para sacar adelante la Reforma Eléctrica-, siguió adelante con esta propuesta. Del mismo modo sucedió con la consulta de revocación de mandato, que desde antes del día de la votación se veía venir que los números no darían resultados favorables. Seguramente igual sucederá con la reforma electoral, que incluso fue presentada cuando se cierra el actual periodo legislativo.
Lo que realmente importa al presidente es no perder el apoyo popular y para ello recurre a la “estrategia de la victimización”, que significa ganar perdiendo, acusando la intervención de los opositores “conservadores”, que asumiendo el rol de “traidores a la patria” buscan mantener privilegios propios. A partir de la victimización se fortalece el respaldo popular bajo un contexto de adjudicar las derrotas a una conspiración que vulnera nuestra soberanía. De este modo se logra ganar perdiendo.
Es evidente que a lo largo de estos primeros tres años de su administración el presidente descubrió que gobernar es un complicado reto en este mundo globalizado y dominado por las redes sociales, -como lo es el de hoy-, pues se requiere de conocimientos y experiencias que se logran a lo largo de muchos años de trayectoria en la administración pública, mas que en la política. También seguramente descubrió que las buenas intenciones no son suficientes para que la realidad cotidiana se acomode a las expectativas de quienes hoy ejercen poder.
Por tanto, -a falta de resultados objetivos y tangibles de gobierno-, recurre al manejo emocional de la política, cuyo único objetivo es cuantitativo, pues de ello se deriva el voto, que es la llave al poder. A final de cuentas, la “política emocional” se ejerce a través del manejo de las percepciones públicas, que tiene como principal herramienta a la comunicación y en ello el presidente es brillante.
Sin embargo, hoy más que nunca la política y la administración pública se han convertido en territorios paralelos que no siempre convergen, cuando antiguamente ambas eran parte de lo mismo: gobierno.
Por ello, -hoy que nos adentramos en la recta de la sucesión presidencial rumbo al 2024-, caemos en la cuenta de que quienes podrían ser los mejores gobernantes y lograrían el máximo de eficiencia, carecen del carisma personal necesario para seducir al electorado y obtener el voto.
Parecer ser un buen gobernante no significa también ser un buen candidato… y viceversa, los excelentes candidatos pueden ser pésimos gobernantes cuando asumen el cargo.
A su vez, quienes tienen la capacidad de mover multitudes, pueden convertirse en un peligro para la estabilidad económica del país. Esa es la gran disyuntiva.
En otros países más evolucionados organizacionalmente que el nuestro, este reto, -que hoy representa graves peligros para México-, tiene una gran solución: los políticos se encargan de mantener la estabilidad social manteniendo cercanía con la ciudadanía, pero delegan las decisiones técnicas en los expertos y esta sinergia genera frutos. La institucionalización de las decisiones es fundamental.
Sin embargo, en una sociedad como hoy lo es México, tendiente, -en las grandes mayorías poblacionales-, al modelo de liderazgo autocrático, vemos que nuestros políticos cuando llegan al poder piensan que con el cargo les llegó la sabiduría y pretenden tomar decisiones en todo, apelando al sentido común y relegando el conocimiento y experiencia técnica.
La meritocracia de la administración pública nos dio estabilidad durante los últimos sexenios, -o sea grandes logros en cifras-, pero poca sensibilidad social para acabar con la pobreza.
En contraste, -apelando a las inequidades sociales que sin duda aún existen-, ahora ha llegado al poder, -y con ello a la administración pública-, gente que sólo tiene experiencia política y ello ha cambiado nuestra cultura gubernamental. La meritocracia ha sido sustituida por los compadrazgos y alianzas políticas. Así está llegando a la administración pública gente sin perfil para el cargo ni experiencia, sin más mérito que la lealtad al presidente y a sus proyectos personales.
La política tiene “torcidos” caminos emocionales, -incomprensibles desde una visión racional-, pero de gran efectividad desde la práctica emocional de la política. De este modo se puede ganar perdiendo.
MAQUILLAJE LINGUÍSTICO
Al igual que sucedía durante el periodo del presidente Luís Echeverría, estamos viviendo nuevamente la era del “maquillaje lingüístico”, que pretende dotar de nuevos significados emocionales a los asuntos, programas de gobierno, denominaciones de instituciones de la administración pública y todo aquello que pueda tener un nuevo “aire” en la percepción pública, para que proyecte innovación.
El presidente renombró a su propuesta de “Reforma Electoral” como “Reforma Democrática” y al Instituto Nacional Electoral” como “Instituto Nacional de Elecciones y Consultas”, pretendiendo dar nuevos significados a lo que ya existe, para así presentarlo como algo distinto.
Las palabras impactan la percepción, pero no modifican por sí mismas la realidad cotidiana.
IGUAL QUE DINAMARCA… O LA JUSTICIA TRIBAL
Este país, que quiere estar a la altura de Dinamarca, -según lo ha expresado en sus comparaciones el presidente de la república-, no podrá lograrlo si tiene un sistema de justicia de tipo tribal, donde quienes detentan el poder del Estado Mexicano, -a través de nuestras instituciones de justicia-, mezclan los asuntos personales, -así como las fobias y enemigos de los funcionarios públicos que las encabezan-, con los asuntos públicos.
Lamentable enterarnos a través de la entrevista que le hizo Ciro Gómez Leyva a Germán Castillo Banuet, titular de la Fiscalía Especializada de Control Regional de la FGR y muy cercano al fiscal Gertz Manero, de las prioridades en su gestión dentro de la FGR.
Descubrimos que en lugar de invertir su tiempo y esfuerzos, -así como los recursos públicos que tiene a su disposición-, en resolver problemas tan graves como la desaparición de mujeres jóvenes, la trata de personas, la violencia desmedida en el país, feminicidios y otros problemas reales que agreden a la ciudadanía, se encarga de dilucidar las venganzas personales del fiscal Gertz Manero en contra de la que fuera parte de su familia política, así como de los periodistas que se dedican a hacer investigaciones incómodas como las hace Mario Maldonado.
Esto que está sucediendo es un asunto de la mayor gravedad, pues pone en duda la autoridad moral de esta administración de la FGR que no cumple con el principio de “equidad” en la aplicación de la justicia, pues enfoca todo el poder del estado en contra de ciudadanos honorables que tienen diferencias con el fiscal Gertz Manero, en lugar de enfocarse al 100% en el combate a la delincuencia y los graves problemas sociales que agreden a la ciudadanía.
Más importante que proponer una reforma electoral, es una reforma que subsane los graves problemas que afectan la seguridad pública y la aplicación de la justicia, para evitar que los funcionarios inviertan el tiempo que se comprometieron a dedicar a mejorar el acceso a la justicia para todos los mexicanos, -deficiencia que reconoció el presidente de la SCJN- y no a los intereses personales de quienes gobiernan, lo cual representa “el uso indebido de recursos públicos”.
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