Partiendo del comentario de Pedro Salmerón, director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, quien calificó de valientes a quienes en 1973 asesinaron a Eugenio Garza Sada, uno de los empresarios más trascedentes que ha tenido México, conviene reflexionar en torno a la relación de los empresarios con el progreso económico.
El progreso económico consiste en la capacidad para producir más (dimensión cuantitativa), y mejores (dimensión cualitativa), bienes y servicios, para un mayor número de gente (dimensión social), definición que abarca, desde el crecimiento de la economía, que se mide por el comportamiento de la producción de bienes y servicios (dimensión cuantitativa), pasando por el bienestar de la gente, que depende de la disposición de mejores bienes y servicios, capaces de satisfacer de mejor manera las necesidades (dimensión cualitativa), hasta el desarrollo social, que se consigue si más gente tiene acceso a más y mejores bienes y servicios (dimensión social).
¿De qué depende el progreso económico? De las inversiones directas, que son las que producen bienes y servicios, crean empleos y les permite, a quienes obtienen esos nuevos puestos de trabajo, generar ingresos. Sin inversiones directas no hay progreso económico. Sin más inversiones directas no puede haber mayor progreso económico.
¿De quién depende el progreso económico? De los empresarios, quienes llevan a cabo las inversiones directas, que producen satisfactores, crean empleos y generan ingresos. Todo esto depende de las inversiones directas y, por lo tanto, de los empresarios, quienes son la causa eficiente del progreso económico, misma que es insustituible. No hay gobierno que pueda sustituir, con éxito, al empresario como causa eficiente del progreso económico. Siempre que se ha intentado los resultados han sido desastrosos.
Uno de los principales problemas que enfrentamos en México, y que impide un mayor progreso económico, es la falta de comprensión en torno al papel que juega el empresario, en torno a la importancia de la actividad empresarial, en torno a la esencia de la empresarialidad (que, dicho sea de paso, consiste en inventar mejores maneras de satisfacer las necesidades de la gente, lo cual tiene que ver con la dimensión cualitativa del progreso económico), y, por lo tanto, en torno a las condiciones, desde institucionales hasta culturales, que deben darse para incentivar correctamente la actividad empresarial: la producción, oferta y venta de bienes y servicios.
A quien le interese el tema lo remito a mi libro El orgullo de ser empresario, de Editorial LID, en el cual explico, entre otras cosas, por qué el empresario es un benefactor de la humanidad, algo que muchos, como es el caso de Pedro Salmerón, no entienden.
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