Independientemente del sistema político que se tenga, conviene que la economía, sobre todo por el lado de la demanda, compra y consumo, consumo del cual depende el bienestar de la gente, funcione lo mejor posible, demanda, compra y consumo que requieren de la producción, oferta y venta. Es el ciclo que va de la producción (primer paso) al consumo (último paso), que debe operar como mecanismo de relojería.
La a afirmación anterior es cierta, sobre todo, cuando de sistemas políticos totalitarios y absolutistas se trata, en los cuales quienes detentan el poder político, que es en esencia el poder para prohibir, obligar y castigar, concentran todo el poder (totalitarismo) de manera ilimitada (absolutismo), atentando en contra de la libertad política de los ciudadanos, atentado que, si la economía marcha bien, haciendo posible no solo mantener un cierto nivel de bienestar, sino aumentarlo, puede pasarse por alto. Mientras la economía funcione razonablemente bien, y no se afecte el bolsillo de los ciudadanos, estos pueden pasar por alto los excesos y defectos en los que, en el ámbito de la política, incurran los gobernantes. Hasta cierto punto es lo que sucedió, en México, durante el periodo del Desarrollo Estabilizador (1958 – 1970), durante el cual el crecimiento de la economía estuvo, en promedio anual, por arriba del 6 por ciento, y la inflación, también en promedio anual, se ubicó por debajo del 3 por ciento, años que, en política, fueron los de la Dictadura Perfecta, que encontró un cierto “respaldo” en los relativamente buenos resultados en materia económica. Mientras la economía funcione bien, la política, para la mayoría de la gente, es lo de menos, lo cual les brinda un amplio margen de maniobra a los políticos.
Para cualquier gobierno el buen funcionamiento de la economía es un activo que debe cuidar, sobre todo si la intención de ese gobierno es inclinarse hacia el totalitarismo y el absolutismo, como es el claro propósito del gobierno de AMLO. Es por ello que no se enriende por qué no solo no procura el buen funcionamiento de la economía, sino que lo agrede, haciendo de la mexicana una economía menos segura y confiable para las inversiones directas de las que, ¡va de nuevo!, dependen la producción de bienes y servicios, la creación de empleos y la generación de ingresos. ¿Será porque no saben cómo cuidarlo? No lo creo. La ciencia económica demuestra, y la historia de la economía muestra, lo que se debe hacer. Al respecto no hay duda y, sin embargo, el actual gobierno se empeña en no hacer caso, ni a los principios y leyes de la la ciencia económica, ni a los hechos y lecciones de la historia de la economía. No hace caso a la lógica, al sentido común, a la prudencia, y de no corregir el rumbo (podría empezar reconsiderando el asunto del NAICM), no solo fastidiará a los ciudadanos, terminará fastidiándose a sí mismo.
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