La economía mexicana enfrenta una fuerte desaceleración, que afecta a la producción de bienes y servicios (que resulta menor), a la creación de empleos (que resulta menor) y a la generación de ingresos (que también resulta menor) y, por todo ello, al bienestar de las personas (que terminará resintiéndose), lo cual en un país con 49.5 millones de personas sobreviviendo en la pobreza, equivalentes al 44.4 por ciento de la población (véase la última medición del CONEVAL, correspondiente al 2018), resulta grave.
La pregunta que debemos hacernos es si la desaceleración puede degenerar en crisis. Para responder conviene definir los términos. Desaceleración: menor crecimiento de la producción de bienes servicios, sin inestabilidad económica. Crisis: desaceleración más inestabilidad económica, definición de crisis que nos lleva a definir inestabilidad económica. Inestabilidad económica: fuerte repunte en la inflación, con las consecuencias inevitables, como lo son la fuerte depreciación del tipo de cambio (crisis cambiaria) o el fuerte repunte en las tasas de interés (crisis financiera), entre otras.
La última crisis de la economía mexicana se registró, consecuencia del tristemente célebre error de diciembre de 1944, en 1995. En el 94 la economía creció 4.9 por ciento y la inflación fue 7.1 por ciento. Un año después, en el 95, el crecimiento fue menos 6.3 por ciento (desaceleración que se convirtió en recesión) y la inflación alcanzó 51.2 puntos porcentuales (considerable inestabilidad).
¿Qué pasó en el 2009, durante la Gran Recesión? En 2008 la economía creció 1.1 por ciento y la inflación fue 6.5 por ciento. En 2009 el crecimiento fue menos 5.3 por ciento y la inflación 3.6 por ciento. En aquel año hubo recesión, pero no inestabilidad. De los males el menor.
¿Cuál es la condición necesaria para que la desaceleración, que amenaza con convertirse en recesión, no degenere en crisis? Que se mantenga la autonomía del Banco de México, misma que hay que defender a capa y espada, lo cual supone defender el poder adquisitivo de nuestro dinero. Esa autonomía es la que explica, en buena medida, por qué en el 2009 la recesión no degeneró en crisis, lo cual le hubiera sumado, a la recesión, la inestabilidad. En 2010 la economía creció 5.1 por ciento (en buena medida por el clásico efecto rebote: después de decrecer tanto resulta relativamente fácil crecer más), y la inflación fue 4.4 por ciento.
Obviamente, además de la autonomía del Banco de México, se requiere que, para evitar que la desaceleración degenere en crisis, que a la autoridad monetaria siga teniendo como meta el procurar la estabilidad del poder adquisitivo de nuestro dinero, tal y como lo señala el artículo 2 de la Ley del Banco de México.
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