La caída en la tasa de crecimiento en México de un mediocre 2% del PIB en 2018 a prácticamente cero en el tercer trimestre de 2019, se debió a factores de carácter interno; a malas decisiones de tipo político que tuvieron un fuerte impacto en el ánimo de los inversionistas, provocaron incertidumbre y redujeron por lo tanto, los montos de inversión.
Si se lo digo de esa manera tan tajante, es porque, al menos en esta ocasión, no podemos culpar a la economía estadounidense de esa caída.
La razón es que la EUA ha mantenido una dinámica de crecimiento trimestral cercana al 2% en lo que va del año, mientras nosotros hemos llegado a la baja para desembocar en una economía estancada.
Por primera vez en los últimos 29 años, nos desvinculamos del ciclo económico de la EUA. El buen momento que viven ahora debió haber jugado, como en el pasado, un papel importante para alentar el crecimiento de este lado de la frontera, pero no fue así.
Con medidas como la de cancelar lo que sería el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), congelar la Reforma Energética (suspendiendo las subastas para la exploración y explotación de petróleo en mar profundo) o eliminar organismos de promoción como “Pro-México” de la Secretaría de Economía o en el sector Turismo, entre otras decisiones, disminuyeron o se frenaron en ocasiones de plano importantes proyectos de inversión y creció la percepción en el ambiente (correcta o no), de que el actual gobierno tiene cierta animadversión en contra de la iniciativa privada.
Y aunque algunos observadores por factores de tipo ideológico, miopía o simplemente por ignorancia aseguren lo contrario, lo cierto es que es la inversión privada y no la inversión pública el principal motor del crecimiento.
Si usted revisa datos duros, se dará cuenta que en los últimos 27 años (de 1993 a la fecha) la inversión pública ha promediado apenas 3,2% del PIB, mientras que la inversión privada ha rondado el 15.5% del PIB, ¡5 veces más!
Si me permite expresarlo en sentido figurado, haga de cuenta usted que mientras la inversión pública le puede dar un impulso a nuestra economía equivalente a la de un motor de un auto deportivo de lujo, la inversión privada es capaz de proporcionar un impulso equivalente al de la turbina de un avión.
Nada que ver entre una y otra.
Y los dos montos de inversión (tanto pública como privada) alcanzaron al segundo trimestre de este año, como porcentaje del PIB, el punto más bajo del que se tenga registro en los últimos 18 años; es decir, del 2001 a la fecha.
¿Qué significa esto? Que si no observamos un repunte realmente significativo en los montos de inversión (sobretodo privada por su alto impacto), jamás podremos alcanzar la tasa promedio objetivo de Gobierno Federal para 2020 fijada en 2%. Ni en sueños…
Las autoridades apuestan a la entrada en vigor del T-MEC para el próximo año y al hecho de que van a descongelar la Reforma Energética para reactivar la subastas de exploración y explotación de petróleo en mar profundo para atraer más inversión y alcanzar la meta de crecimiento.
Aunque ambos son excelentes noticias y sí van a lograr la reactivación de la economía, lo harán a partir del 2021 y no antes, porque los movimientos de inversión que serán capaces de atraer son de larga maduración … no podemos esperar resultados positivos tan inmediatos (“milagrosos” diría yo), como el próximo año. Es tanto como pedirle peras al olmo.
Además, como lo analizo con mayor profundidad en mi nuevo libro: “AMLO y la 4T: lo que viene para México”, se puede conjugar una serie de factores negativos tanto internos como externos que van a impactar los montos de inversión.
Para mí, la posibilidad de que el PIB en 2020 caiga -1% o -2% del PIB para hacernos entrar de plano en crisis el próximo año antes de experimentar un repunte a partir de 2021, es alta.
Las razones las expongo en el libro AMLO y la 4T: lo que viene para México