Hace algunos días, alumnos del Instituto Tecnológico de México, campus Saltillo, iniciaron un plantón que paralizó una de las avenidas principales en Saltillo, ciudad en la que vivo. Los motivos fueron muy diversos, desde el uso de las instalaciones durante un concierto en el cual se distribuyeron bebidas alcohólicas y la poca transparencia entre las cuotas y pagos que los estudiantes realizaban ante una dirección que se refería lejana a los problemas y situaciones de los estudiantes.
El plantón, que históricamente se ha vuelto el mas extenso en tiempo de mantener cerrada una arteria tan importante, fue levantado a 10 días de iniciado. Las generaciones, que definimos apáticas y atípicas, resultaron ser apasionadas y políticas. Sin embargo, el movimiento estuvo justo en el limite entre continuar y levantar. Quienes gritaban por continuar el plantón querían inspirar a otras sedes educativas y alcanzar más peticiones y continuar presionando hasta asegurar el cumplimiento de cada demanda. Triunfó, tras varias reuniones de negociaciones, el levantar bloqueo. El movimiento inició con un fuerte apoyo ciudadano, conmovidos por la elegancia y buen manejo de la situación, de los jóvenes que incluso organizaron espectáculos culturales y deportivos durante los días de protesta. Sin embargo, conforme pasaban los días y se advertían los triunfos alcanzados por la masa en protesta, a los días de iniciado se presentó la renuncia de quien dirigió al instituto por 4 años, la ciudadanía empezaba a sufrir los embates de un trafico caótico que convertía calles en avenidas.
Así ocurre con el poder, debemos entender que el poder debe concluir. Debemos pensar que el poder es un momento, pero lo deseamos pensar que es eterno. El poder es una situación no una condición y nos gusta extender sus esfuerzos. ¿Cómo sería el mundo si la gente estuviese segura de que el poder es un momento? Los muchachos enfrentaron la crisis de no dejar el movimiento, y a poco estuvieron de contar ya no con el apoyo social sino con el rechazo ante un movimiento que lejos de obtener resultados parecía entronizarse.
Me gusta pensar en el liderazgo como en un árbol. El poder es un rasgo y consecuencia del liderazgo. Las raíces del árbol son los valores o principios que determinan la altitud y salud de árbol. Aquellos elementos que nos mantienen conectados con la tierra, con el sustento, que nos nutren y en las tempestades nos amarran. Como las raíces, no se exhiben los principios, seguramente cuando se exhiben y se presumen no son verdaderos principios. El tronco es la capacidad, las habilidades y talentos que tenemos para soportar el follaje del árbol que son los resultados. Si el poder es un resultado, es como el follaje, habrá temporadas o estaciones en los que el follaje cae, se vuelve un tapete para otros. Pero si el árbol es sano, si su tronco es suficiente y sus raíces saludables, en el verano resurgirá otro follaje.
Debemos prepararnos a dejar la batalla cuando esto sea lo conveniente. Maquiavelo no escribió nunca “el fin justifica los medios” él manifestó que siempre se debe valorar buscando la opción con mayor virtud. Lo mismo ocurre; saber frenar el apetitito por conquistar es de sabios, no de astutos.
Volver a circular por la avenida antes tomada me recuerda que los movimientos nos enseñan más de la naturaleza humana que los mismos espejos.