Los economistas somos eso, economistas, estudiosos de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (Adam Smith dixit), que es tanto como decir del bienestar de las personas (Arturo Damm dixit), no adivinos, capaces de predecir el futuro. A las pruebas me remito.
En la encuesta del Banco de México sobre las expectativas de los especialistas en economía del sector privado, de marzo de 2021, la media de las 37 respuestas recibidas a la pregunta por el crecimiento de la economía un año después, durante el primer trimestre de 2022, fue 3.19 por ciento. El dato observado es 1.6, muy por debajo de la predicción.
En la misma encuesta la media de las 37 respuestas recibidas a la pregunta por la inflación un año después, en abril de 2022, fue 3.32. El dato observado es 7.68 por ciento, muy por arriba de la predicción.
¡Tanto por la capacidad predictiva de los economistas! Entonces, ¿para qué sirve, entre otras, la encuesta del Banco de México sobre las expectativas de los especialistas en economía del sector privado? No para saber a ciencia cierta cual será, por ejemplo, el crecimiento o la inflación, sino para conocer la opinión de los economistas encuestados en torno al futuro de la economía, opinión que no es conocimiento, doxa que no es episteme, diferencia que ya encontramos en Parménides y luego en Platón. Las predicciones de los economistas corresponden al mundo de la doxa (opinión aproximada), no de la episteme (conocimiento exacto).
Lo que llama la atención de la evolución de las proyecciones de los economistas encuestados por el Banco de México es el deterior de sus expectativas.
Hace un año, en la encuesta de abril de 2021, las respuestas a las preguntas por el crecimiento y la inflación en 2022 y 20023 fueron, para el crecimiento: 2.66 y 2.19, y para la inflación: 3.65 y 3.63. Un año después, en la encuesta de abril pasado, fueron, para el crecimiento: 1.73 y 2.02, y para la inflación: 6.67 y 4.18.
¿Qué quiere decir que se deterioran las expectativas? Que se espera un crecimiento menor con una mayor inflación, precisamente la combinación equivocada, porque lo correcto, sobre todo en el caso de México, es una inflación menor (menos pérdida en el poder adquisitivo del dinero), con un mayor crecimiento (más producción de bienes y servicios, más creación de empleos, más generación de ingresos y, por lo tanto, más y mejores posibilidades para un mayor bienestar que es, al final de cuentas, de lo que se trata).
Todo indica que, al margen de cuáles vayan a ser los resultados cuantitativos en materia de crecimiento e inflación, la economía mexicana “está atrapada” en una condición de bajo crecimiento (con relación a lo que es normal), y elevada inflación (también con relación a lo que es normal), de la cual no será fácil salir.
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