Mucha gente, entre ellos muchos políticos, no termina de entender la importancia de los empresarios y de la función empresarial para el progreso económico, definido como la capacidad para producir más (dimensión cuantitativa), y mejores (dimensión cualitativa), bienes y servicios para un mayor número de gente (dimensión social).
¿De qué depende esa capacidad? De las inversiones directas que son las que se destinan a producir bienes y servicios; a crear empleos, puesto que para producir alguien tiene que trabajar; a generar ingresos, puesto que a quien trabaja se le paga por hacerlo; empleos e ingresos de los que depende, en buena medida, el bienestar de las personas.
¿De quién depende esa capacidad? De los empresarios, quienes llevan a cabo las inversiones directas, de las que dependen producción, empleos, ingresos y bienestar, producción que es la variable con la que se mide el crecimiento de la economía, bienestar que es la variable con la que debe calificarse el desempeño (que no es solo crecimiento), de la economía.
Otra pregunta, no menos importante que las anteriores, es ¿de qué dependen las decisiones de los empresarios para invertir directamente? De la competitividad del país, definida como la capacidad para atraer, retener y multiplicar inversiones directas, competitividad que depende de variables que van, desde la infraestructura de comunicaciones y transportes, pasando por el marco jurídico de la economía, hasta el cobro de impuestos.
Atraer inversiones directas: que los empresarios decidan invertir directamente en el país. Retenerlas: que los capitales invertidos directamente en el país se queden invertidos directamente en el país. Multiplicarlas: que las utilidades generadas por las inversiones directas se reinviertan directamente en el país. Atraer, retener, multiplicar. Todo un reto.
Si el progreso económico consiste en la capacidad para producir más y mejores bienes y servicios para un mayor número de gente, y esa capacidad es la capacidad empresarial, el empresario es la causa eficiente de dicho progreso, empresario que debe ser el privado, no el gubernamental, suponiendo que realmente exista el empresario gubernamental: las empresas del gobierno no tienen empresarios, tienen administradores, y entre el empresario al frente de una empresa privada, y el administrador de una empresa gubernamental, hay una diferencia esencial, que tiene que ver con la propiedad de los medios de producción y, no menos importante, con el afán de lucro y el objetivo de maximizar utilidades.
Menospreciar al empresario, considerándolo en el mejor de los casos como un mal necesario, y obstaculizar o eliminar la función empresarial, resulta en un menor progreso económico, precisamente lo que está pasando en México con la 4T.
¿Qué me dirían si afirmo que el empresario es un benefactor de la humanidad, es decir, alguien que hace el bien a los demás? Probablemente me verían con cara de interrogación: los empresarios, ¿benefactores de la humanidad?
Para entenderlo empecemos por abajo, y ello quiere decir por los zapatos que traemos puestos. ¿A quién se los debemos? A los empresarios que producen y ofrecen zapatos. Terminemos por arriba, y ello quiere decir, en el caso de quienes los usamos, por los anteojos que traemos puestos. ¿A quién se los debemos? A los empresarios que producen y ofrecen anteojos, desde los armazones hasta los cristales. Los empresarios que producen desde zapatos hasta anteojos, y el larguísimo etcétera compuesto por todos los bienes y servicios que se nos ofrecen, ¿nos benefician con lo que hacen?
Alguien podrá decir, como alguien alguna vez me lo dijo, que los empresarios serían nuestros benefactores si nos regalaran lo que producen, pero no, siempre cobran un precio. Este tema ya no lo discuto: me queda claro que si quiero seguir consumiendo, desde zapatos hasta anteojos, y el larguísimo etcétera de bienes y servicios de los que depende mi bienestar, debo estar dispuesto a pagarles, a quienes los producen y ofrecen, un precio que, por lo menos, les permita recuperar los costos de producción, incluida en ellos la ganancia normal del empresario. Los precios no son una imposición injusta de los empresarios, sino la consecuencia natural (inevitable), y por lo tanto lógica (entendible), de los costos de producción, precios que conviene que sean los menores posibles, para lo cual se requiere de la mayor competencia posible entre oferentes.
¿Cuál es la muestra más clara de que lo que los empresarios hacen, producir y ofrecer bienes y servicios, nos beneficia? El que estamos dispuestos a pagar un precio por ello. ¿Quién de ustedes pagaría un precio por algún bien o servicio que no les serviría para satisfacer alguna necesidad, gusto, deseo o capricho (aunque sea la necesidad de comprar por comprar, conducta que debe llamarse copradurismo, no consumismo, puesto que se compra sin consumir).
Llegados a este punto tal vez estemos dispuestos a aceptar que el empresario es un benefactor del consumidor, al que, si su empresa ha de subsistir, debe servir como quiere ser servido en términos de precio, calidad y servicio. ¿Pero qué pasa, no con el consumidor, sino con sus trabajadores? A ellos, lo que el empresario hace, ¿los beneficia o por el contario, por aquello de la explotación, los perjudica? ¿Qué es lo primero que el empresario hace con relación a los trabajadores? Crear empleos, condición necesaria para que estos generen ingresos, condición del bienestar. Que el salario sea insuficiente no se debe, necesariamente, a la explotación (todo un tema).
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