El mundo se dispone a festejar en medio de ciertas medidas de contingencia sanitaria, y aunque se ha aplaudido cierto control en la pandemia, sus efectos y variantes aún amenaza con un aumento masivo en contagios. Aún falta tiempo para vencer al virus, un agente diminuto que paralizó el mundo como hace siglos no ocurría. Bastaron minúsculas gotitas de saliva para penetrar la seguridad fronteriza, símbolo de la soberanía, y atacar a ricos y pobres, buenos y malos, justos e injustos por igual, dañando el cuerpo y recordándonos el plácido y suficiente regalo de un suspiro. Pero las fiestas, como la furia, las ferias, la felicidad y la fuga son así, como el viento cuando corre, por ello se asemeja el sonido de la “F” a la realidad que encierran muchas de sus palabras, tan rápidas y pasajeras como el correr del viento.
La Navidad primera se celebró en un pesebre, con regalos de sabios que viajaron de oriente y la adoración de pastores que avisados por ángeles habían llegado a la pequeña ciudad de Belén. Un nacimiento que dividió la historia pero que también divide nuestra historia cultivada en cada vida cuando comprendemos del amor, la entrega y la fe. Ese nacimiento solitario, sin reyes, ni discípulos, solo una familia que en su momento se hizo mundial. Como si la más cierta reflexión del hombre se vive no en momentos de algarabía, sino en la quietud de una noche bajo una sola estrella. Quienes enfrentan el dolor de ver sillas vacías recordarán esas noches que solo se aluzan por una estrella, del recuerdo y de amor.
La Navidad siempre nos ha enfrentado a lo mejor del ser humano, al amor, la entrega y la fe, virtudes que han sido torales en este año. El amor que expresamos cuando sacrificamos el egoísmo por cuidar a otros, la entrega del personal valiente de salud que se han convertido en la última y única mano en ser tomada por muchas personas, la fe del mundo en saber que esto también pasará. Estoy seguro que, en el mundo, esta navidad será más real que cualquier otra. Porque sabremos el valor del abrazo en un mundo que fácil se desacostumbró a ellos, sabremos el valor de la presencia, en un mundo que rápido olvidó. El mundo acelerado seguirá ahí, cruzando límites y llevando espacios, pero los recuerdos y desafíos que se han vivido se sembraron en cada alma que hoy, en Navidad, brilla como estrella en la noche. El mundo, nuestro mundo, tendrá una navidad diferente. Ojalá sigamos siendo diferentes.
Si tu mesa está bendecida esta navidad con los tuyos sentados en ella e incluso algunos a la distancia de un teléfono, agradece, porque en el año difícil te ha sido fácil. De alguna manera hemos errado pensando que la navidad es una época para dar. Estoy convencido que la navidad es una época para recibir y la vida misma es un momento para dar. En Navidad recargamos para sembrar. Entre la cuna y la tumba hay crisis, algunas mayores, otras menores, pero la vida es eso, una escala infinita de grises, entre el blanco y el negro. Palidecen esos grises ante los rojos adornos de una Feliz Navidad.