Hay hechos en la vida y prédicas de Jesucristo, que lo sitúan como un partidario de la libertad del hombre para decidir su futuro y de respetar las decisiones de los demás.
Cristo es la base de la religión cristiana, que en diversas modalidades agrupa a miles de millones de seres humanos; aunque el cristianismo ha sido utilizado por políticos e ideólogos para lograr fines contrarios a los predicados por su fundador.
Cristo toma distancia del Estado, hace una diferencia entre la religión y el gobierno. “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Cristo no era estatista, y por ello varios funcionarios lo veían como enemigo.
Cristo deja las bases para que la filosofía cristiana parta del “libre albedrío” de los seres humanos: cada quien decide su propio destino: ni Dios, ni el Estado, ni los astros, nos dicen lo que seremos. No hay “predestinación” como un plan previo de Dios para nosotros, somos libres de escoger, y gozar o sufrir las consecuencias de nuestras decisiones.
La libertad es parte de la naturaleza humana. Nuestro destino, dentro del entorno que vivimos, depende de lo que hagamos y decidamos: así lo enseña Tirso de Molina, seudónimo del fraile Gabriel Téllez, en la obra del teatro teológico “El condenado por desconfiado”.
El cristianismo no es racista. San Pedro manifestó que los únicos que podían ser cristianos eran los judíos. San Pablo, que no era judío, sostuvo, basado en las enseñanzas de Cristo, que de cualquier raza podían ser cristianos. Prevaleció la posición de San Pablo: todos, sin importar razas, pueden ser cristianos.
Aunque hay diversas posiciones e interpretaciones sobre los efectos sociales de las enseñanzas de Cristo, si entendemos liberalismo como una corriente de pensamiento que considera que por naturaleza el ser humano es libre de decidir su destino, Cristo, fue un liberal, y el cristianismo correctamente entendido, no debe aprobar sistemas económicos y políticos donde el Estado decida por las personas, dirija las religiones y resuelva que razas pueden ser ciudadanos o tener derechos.
Un buen cristiano, que entiende las enseñanzas de Cristo, no es estatista ni racista, y tiene conciencia de que la libertad, entendida como la facultad de decidir racionalmente lo que hacemos y a dónde vamos, es fundamento del cristianismo.