El 2 de octubre…un cambio en otro continente que repercutió en México

Cuando Leonid llich Brejnev llegó al poder en la URSS, tuvo la idea de que el avance de la Revolución ya no se apoyara preferentemente en el proletariado –cuyo nivel de vida seguía mejorando en el mundo occidental- sino en la juventud estudiantil. En consecuencia, aceleró la formación de células marxistas en las universidades en todo el mundo.

Según esta táctica, los jóvenes serían punta de lanza revolucionaria, fáciles de convencer con los dogmas comunistas y además la militancia de cada estudiante arrastraría consigo la solidaridad de toda su familia. Además, la represión no sería tan inmediata y severa contra ellos como si se tratara de adultos proletarios. Por eso en la década de los 60´s se intensificó la formación de “cuadros” en las universidades, con líderes adiestrados en movilizaciones, enfrentamientos, propaganda y técnica de motín.

Hasta el Che Guevara, que no era estudiante, se le presentó mundialmente como tal.

Conforme a esta nueva táctica, comunicada a toda la izquierda mundial a través de la Internacional Socialista, de la que Echeverría era miembro, comenzaron los desórdenes y motines estudiantiles en España, Francia e Italia. Los más graves ocurrieron en París, con el cierre de la Sorbona, que luego fue asaltada. Hubo barricadas en las calles, choques con la policía, cientos de heridos, miles de detenidos, manifestaciones hasta de medio millón de personas, etcétera. El líder máximo fue el extranjero Cohn Bendit, apodado “Eric el Rojo”.

Los motines se propagaron a Estados Unidos, Brasil, Uruguay, Bolivia, Colombia, Chile y Perú. Los agentes provocadores aprovechaban algunos actos internacionales para entrar en acción y hacer ruido con resonancia mundial, como ocurrió con la junta de presidentes de Uruguay; en la Exposición Bienal de Pintura en Venecia o en las pláticas de paz de París (sobre Vietnam). En ninguno de esos países había problemas que propiamente justificaran los movimientos tumultuosos.

En cuanto a México, el 19 de mayo de 1968 el FBI publicó en Estados Unidos que los comunistas preparaban desórdenes en el Distrito Federal. Aquí no se le dio crédito a tal advertencia, pues todo estaba en paz. El país prosperaba económicamente; se hacían obras públicas; no había desempleo, ni inflación, ni deflación, ni alza de tarifas y precios. Jóvenes y adultos esperaban con interés las Olimpiadas que el anterior presidente había traído a México, por primera vez en su historia.

Las avanzadas delegaciones deportivas empezaron a llegar. La Ciudad de México era un gran foro mundial. Y precisamente, esto fue aprovechado para iniciar el famoso “movimiento”. Un prefabricado pleito entre estudiantes de diversas preparatorias se tomó como pretexto para hacer manifestaciones, chocar con la policía, invocar consignas contra la represión e iniciar la etapa de calentamiento.

El 26 de julio de 1968 una manifestación para celebrar el aniversario de la Revolución de Fidel Castro degeneró en robo de comercios e incendio de autobuses en el primer cuadro de la ciudad. Grupos de activistas rompieron aparadores, robaron mercancías y secuestraron camiones. La policía intervino y ocurrieron choques menores. Los “activistas” tenían su base de operaciones en la Preparatoria 1, de las calles de Justo Sierra, de donde tres días después fueron desalojados por el ejército.

El rector Barros Sierra y todos los marxistas de la UNAM gritaron que aquello era violar la “autonomía universitaria”. A la vez, en la UNAM actuaban “comités de huelga” que convirtieron las aulas en centros subversivos, y no lo ocultaban, pues las llamaron aula Lenin, Marx, Camilo Torres, Mao Tse Tung, Che Guevara, Castro Ruz, etc., a la vez que ostentaban la hoz y el martillo.

Los porros empezaron a recibir cantidades fuertes de dinero. Todos ellos tenían tres características:

  1. Su ideología comunista.
  2. Su edad, avanzada para ser estudiantes.
  3. Todos ellos vivieron posteriormente, de una u otra forma, del presupuesto gubernamental.

En aulas de la UNAM se fabricaban bombas incendiarias y se acumulaban armas. Los agitadores comenzaron también a concentrar en la UNAM gente de los “cinturones de miseria”. Se proponían reunir 40 mil personas, incluyendo mujeres y niños, para utilizarlas como parapeto y adueñarse de la ciudad en una serie de futuras manifestaciones. Era toda una conjura, aprovechando que se aproximaban las Olimpiadas y que esto daba mayor oportunidad para un gran chantaje político.

Un grupo (provisto de cerveza y bencedrinas) se apoderó de la Preparatoria de San Ildefonso, de donde el Ejército los sacó sin mayor problema, salvo el famoso “bazucazo” que forzó la puerta.

Otro grupo se apoderó de la Universidad. El Ejército también los sacó de ahí, a reserva de entregar las instalaciones a la Rectoría.

El expresidente Lázaro Cárdenas (al cual le otorgaron el “Premio Stalin”) era el padrino oculto del movimiento. Cuando el ejército rescató la Universidad, Cárdenas fue a ver al presidente Díaz Ordaz y le dijo:

–He sido presidente y considero que se está violando la Constitución.

Díaz Ordaz repuso: “El proceder de mi gobierno se ajusta a un artículo de la Constitución, señor general”.

–¿Cuál es ese artículo?

–Ese artículo es México. ¡México!, mi general. Alentar la subversión y dar asilo a los subvertidores del orden y del respeto a las instituciones, eso sí es violar la Constitución…[1]

El “movimiento estudiantil” no tenía absolutamente ninguna petición estudiantil. Lo más que llegaba a concretar fue que quitaran al jefe de la Policía y que se suprimieran del Código Penal los artículos que castigaban los delitos de Disolución Social.

Arnoldo Martínez Verdugo, líder del Partido Comunista, aportaba agitadores. El presidente Díaz Ordaz le ofreció reconocerle su partido si “sacaba las manos” del conflicto; pero Martínez Verdugo prefirió esconderse.[2]

El movimiento fue quedando en manos de los más exaltados y se generalizaron los desórdenes. Unos francotiradores disparaban contra transformadores eléctricos; otros robaban automóviles y pasaban a gran velocidad disparando contra policías; algunos secuestraban e incendiaban camiones, cosa que también hicieron con un tranvía en Bucareli.

Los Vándalos más acelerados fueron siendo identificados y cayeron presos los guatemaltecos Mario Solórzano y Carlos Segura Medina; un portorriqueño que había participado en desórdenes comunistas en Washington, los chilenos Raúl Patricio Pobleta y Salomón Swan Oliva, agentes de la KGB; Rina Lazo, pintora guatemalteca; Félix Goden; Mika Satter Seeger, Jaime Waiss Staider y decenas más.

La opinión pública fue volviéndose contra los manifestantes, que a la vez perdían la adhesión de universitarios que ya querían la reanudación de clases. Los promotores del desorden veían que este no llegaba al clímax dramático esperado y que la simple presencia del Ejército disolvía las posibilidades de tumultos. Entonces de urdió la trampa de Tlatelolco.

La madrugada del primero de octubre la policía descubrió que en el departamento B-305 del multifamiliar Miguel Alemán se ocultaban dos terroristas guatemaltecos, con rifles automáticos, bombas y gran cantidad de municiones. Fueron detenidos Carlos Ruelas Segura y Leopoldo Ernesto Cepeda, y el mexicano Luis Sánchez Cordero.

Así, comenzó a ser claro que los terroristas habían rentado departamentos en diversos multifamiliares, con objeto de provocar disturbios en esa zona. Se proponían provocar confusión, alarma, y que cuando la policía tratara de restablecer el orden se viera enfrentada a un parapeto de víctimas inocentes. Eso encendería el descontento entre personas no implicadas en el fondo de los motines.

Se hicieron correr rumores de que tomarían el Politécnico y otros edificios, por lo cual el Ejército fue enviado a la Plaza de Tlatelolco el 2 de octubre, donde se efectuaban un mitin en la Plaza de las Tres Culturas. Los manifestantes llevaron aproximadamente 4 mil personas, con mujeres y niños, para que sirvieran de “cobertura”, según la táctica guerrillera. Los oradores lanzaron ataques al régimen y gritaron que era inadmisible el ofrecimiento de las autoridades para que las Olimpiadas se efectuaran pacíficamente, a reserva de iniciar el diálogo pedido por los agitadores. “¡Tomaremos la ciudad!”, clamaban los líderes. “¡Haremos sentir nuestra fuerza! …”

Ante la gravedad de los hechos, la policía se había retirado del lugar y llegó el Ejército. Una columna militar se acercó a la Plaza de Tlatelolco. Al terminar de hablar varios oradores, el general Hernández Toledo utilizó un altavoz para pedir que los asistentes se dispersaran y se diera el mitin por terminado. Del edificio Chihuahua, ocupado por el comité de Huelga, salieron varios disparos y el general cayó gravemente herido de un tiro. Desde las azoteas y pisos superiores de los multifamiliares varios francotiradores hicieron fuego sobre sus propios manifestantes, reunidos en la plaza, y sobre el Ejército, para que este contestara el fuego y se creara la confusión.

Entretanto, otros grupos guerrilleros aterrorizaban diversos sectores de la ciudad. Quemaron 10 tranvías, 14 autobuses y 55 automóviles particulares.

En total hubo 32 manifestantes, 18 soldados muertos y cientos de heridos. Los muertos en la plaza tenían impactos de armas que no usaba el Ejército, al que se le echó la culpa de todo, como si Díaz Ordaz lo hubiera mandado a hacer una matanza.

En análisis frío, es indiscutible que al gobierno no le convenía que hubiera sangre, y en cambio a los autores del movimiento sí. Estos últimos capitalizaron inmediatamente la situación para que el siguiente sexenio los premiara con buenos puestos y canonjías.

Meses más tarde, ya era evidente que Díaz Ordaz estaba cediendo a la presión y hacía concesiones: los principales implicados en los motines fueron quedando en libertad; el jefe de la Policía, el general Luis Cueto, fue destituido –como lo había pedido los agitadores–, y el delito de disolución social fue derogado.

Al año siguiente, el Secretario de Gobernación, Luis Echeverría, fue sorpresivamente destapado como futuro presidente por un grupo que acarreó Augusto Gómez Villanueva, líder de la CNC.

En círculos con información de primera mano se afirmó que Díaz Ordaz estaba al tanto de que Echeverría era socialista; pero su sexenio estaba tocando a su fin y ya no tenía fuerza para cerrarle el paso. Incluso se dijo que era el precio que había tenido que pagar para que no prosiguieran los motines.

Según la táctica de la Internacional Socialista, la sociedad apoyaría a los movimientos estudiantiles y entonces llegaría la Revolución. Sin embargo, y gracias a que se alcanzó a ver “la mano negra” que movía los hilos, esto no pasó.

Hoy en día; sin embargo, el 2 de octubre se recuerda como un hecho de represión y abuso del poder, con los estudiantes como inocentes víctimas. Y sí. Lo que n se dice es que fueron manipulados por aquellos que nunca estuvieron presentes en los disturbios que generaron las matanzas y después aprovecharían la situación para vivir del erario.

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[1] Cárdenas ocultaba en su casa a uno de los principales cabecillas, Heberto Castillo.

[2] Treinta años después, fue nombrado funcionario del Distrito Federal, puesto por el PRD.