Existe un mito muy extendido de que, lo que le da valor a las cosas, es su escasez. Nada más alejado de la realidad. El valor no es algo objetivo, es decir, no es una propiedad intrínseca de las cosas, sino que está en la mente humana: es subjetivo.
La escasez entonces no es la originaria del valor, como además queda demostrado por el hecho de que hay cosas que siendo escasas valen poco o nada, y otras que aunque sean abundantes, valen mucho.
El oro, por ejemplo, la mercancía dinero por excelencia, es muy abundante.
Sin embargo, suele creerse de manera paradójica y equivocada, que el oro vale por ser “escaso”, cuando en realidad, es la materia prima con la mayor razón existencias/producción de entre todas ellas. Esto significa que, si de repente se dejara de producir oro por completo, habría sobre la Tierra suficientes inventarios como para satisfacer su demanda durante años. Hay mucho oro.
En cambio, todas las demás commodities (materias primas) tienen que producirse de manera constante, pues si se dejan de producir, sus “stocks” (inventarios) no serán suficientes para satisfacer la demanda por un tiempo prolongado. Son escasas.
Pero si el oro es en extremo abundante, ¿por qué vale tanto? Porque sin importar cuánto oro haya, su demanda – producida por el insaciable apetito de los seres humanos por adquirirlo- siempre es mayor que su oferta. La “escasez” del oro, por lo tanto, sólo es relativa, esto es, respecto a una demanda permanentemente insatisfecha que hay de él.
Es esta “escasez relativa” de un bien respecto a su demanda, la que da pie a la confusión sobre el origen del valor.
En lo que respecta a inversiones, uno debe invertir en aquellos activos cuyos fundamentos de demanda – presente y futura-, anticipen que su valor aumentará con el paso del tiempo.
Por eso, en un ambiente global de crisis económica por la pandemia de COVID-19, los billonarios estímulos de deuda y gasto gubernamental, sumados a la depresión artificial de las tasas de interés a mínimos históricos y la inyección masiva de liquidez monetaria, los activos a incorporar a nuestra cartera pasan necesariamente por activos refugio como el oro y la plata, además de activos de riesgo como el bitcoin, el ether (ETH) y hasta mercados bursátiles.
Y es que, aunque bitcoin y ETH son activos experimentales de nueva creación, su uso se sigue extendiendo tanto – en especial entre los más jóvenes-, que es de esperar que esa demanda continúe elevando su valor y sus precios en el largo plazo.
Por otra parte, los inversionistas más avezados continúan acumulando metales preciosos a un ritmo tan acelerado, que la Casa de Moneda de Estados Unidos (US Mint) reportó que en 2020 la demanda de monedas de oro se disparó en 258 por ciento, y las de plata, en 28 por ciento.
Lo anterior ha provocado que los “premios” (sobreprecios) de las monedas respecto al precio “spot”, hayan subido a niveles récord. Por ejemplo, las “águilas americanas” de plata cotizan hasta en más de 45 dólares, cuando el precio de la onza apenas rebasa los 27 dólares.
A pesar de todo, lo que hay que tener muy claro es que, a pesar de los sobreprecios que se encuentran en el mercado de metales preciosos físicos, los inversores no deben esperar para adquirirlos. Deben seguir comprándolos ya.
A los mayores estímulos en la historia también corresponderán las mayores alzas de sus precios jamás vistas, y con una demanda tan elevada que sólo se incrementará más, sería un error sentarse a esperar a que los precios o los “premios” bajen.
Las compras continúan muy fuertes en 2021 y los inventarios se siguen agotando. De hecho la última vez que la US Mint reconoció su incapacidad para satisfacer la demanda fue en junio de 2010 (linea punteada azul), y lo que sucedió después con el precio del oro y la plata, se puede ver en la siguiente gráfica. ¿Volverá a suceder? Puede apostar a que sí.