La aparente paradoja por la cual líderes políticos que sostienen y defienden un discurso “de izquierda” (socialista, valga la aclaración en estas épocas de alta confusión semántica) ganan adhesiones y elecciones al mismo tiempo que se hacen ricos cuando alcanzan alguna cuota de poder, e inmensamente ricos cuando asumen todo el poder posible sin perder seguidores y adictos sino -por el contrario- incrementarlos tiene explicación -en mi opinión- en lo siguiente:
La ideología marxista se ha extendido por todo el planeta y domina la mente humana, claro que en diferentes grados que van del 1% al 100%. En el extremo del 100% encontramos al marxismo-leninismo, aunque afortunadamente no son muchas las personas que aglutinen explícitamente a esta corriente hoy en dia. Y en escala decreciente al marxismo gramsciano.
Por debajo de ese 100% hallamos a todos los individuos que dicen “no ser” ni comunistas, ni socialistas, ni de izquierdas, etc. pero que, sin embargo, están de acuerdo con opiniones tales como la que “los ricos deben pagar más impuestos y en mayor alícuota que los pobres”, que “el gobierno debe redistribuir la riqueza”, “igualar rentas y patrimonios”, etc. Lo que en los hechos implica aceptar (aunque ellos lo nieguen) que los ricos explotan a los pobres, al menos en alguna medida mayor o menor, pero dar, por cierto -de una forma o de otra- la teoría de la explotación marxista. Niegan para sí mismos el rótulo de marxistas, no obstante, el menor dialogo con cualquiera de ellos y las respuestas a nuestras preguntas denotan que piensan como verdaderos marxistas, mal que les pese.
Poca gente tiene buena opinión sobre el capitalismo, a la vez que está convencida que es el sistema que “domina al mundo”, idea que impregna no solo a los pobres sino a sujetos de posición acomodada.
En esta mitología popular el gobierno es el instrumento de “la justicia social” que “debe” combatir al capitalismo “imperante” y destruirlo o -al menos- disminuir su poder, para (acto seguido) redistribuir la riqueza “mal habida” de los “capitalistas” y repartirla entre los pobres. Por eso, el súbdito populista no ve con malos ojos el enriquecimiento de sus cabecillas populistas sino al contrario, lo que ellos “ven” es que cuanto más ricos son los políticos populistas más pobres son los representantes del “capitalismo” mundial o local. Esto explica que personajes nefastos y siniestros como Hitler, Mussolini, Stalin, Perón, Fidel Castro, Chávez, como hoy Maduro, Evo Morales, los Kirchner y muchos otros hayan sido o sean enormemente ricos, porque la mayoría de las masas lo ve como el botín arrebatado a los “capitalistas” que será -hoy o mañana- repartido entre los más desfavorecidos.
Encuentro aquí la razón por la cual lo que yo califico como enriquecimiento por corrupción de los jefes populistas un seguidor populista no lo ve de ese modo y lo defiende de palabra y luego en las urnas con su voto al que -para mí- es un corrupto socialista (en realidad, la corrupción es inherente al socialismo).
Si de algo se culpa a los gobiernos (en esta mentalidad tan popularmente extendida) es de no ser eficaces en cuanto a la expropiación de los capitalistas, y la pobreza se atribuye a esto, y no a su verdadero motivo: la inexistencia de tal “capitalismo” que sólo habita en la mente enfermiza de populistas y socialistas. Los dirigentes populistas inculcan a las masas que el hambre y la miseria no son culpa de los gobiernos “de izquierda” sino de los “de derecha” que “no quieren” combatir al capitalismo. Ellos entienden por “capitalismo” a los grupos empresarios, banqueros y -en algunos casos- grandes comerciantes y punto.
Esto demuestra también porque habitantes de zonas muy pobres o carenciadas votan a gobernadores ricos que los mantienen en esa condición mientras estos lucran de sus impuestos y hechos de corrupción, al tiempo que siguen siendo elegidos masivamente comicios tras comicios. Aun para la persona más ignorante parece “evidente” que no es el gobierno el que lo conserva en ese estado y en la pobreza sino el “maldito capitalismo”. Y que cuando la pobreza aumenta es por dos “razones” posibles: o el gobierno donde ello ocurre es ineficaz para combatir al capitalismo, o bien se ha convertido en cómplice de los capitalistas. No existe para dicho tipo de masa ninguna otra explicación, o no están preparados para aceptar razonamientos más profundos y consistentes. Menos aún para aceptar la verdadera causa de la pobreza: la ausencia de capitalismo.
De esta manera se puede entender -aunque no excusar- el hecho innegable de más pobres votando o apoyando implícita o explícitamente a políticos ricos, o justificándolos cuando asumen poderes de facto. Todas las tiranías se disculpan a sí mismas discurseando que se tuvieron que convertir en tiranías para enfrentar “el creciente poder” del “imperialismo capitalista”, “grupos económicos”, etc. es decir, aceptando el planteo fundamental de Marx y de Engels (la dictadura del proletariado) tan errado por estos como por sus “modernos” continuadores.
Es por eso que los políticos más “moderados” evitan hablar del capitalismo en términos elogiosos, y se cuidan mucho de prometer en sus campañas electorales que si llegaran al gobierno promoverán el capitalismo o medidas afines a este, porque saben que tales declaraciones les restarían votos si las incluyeran en sus plataformas electorales, y porque tampoco la mayoría de ellos cree en ese sistema, excepto cuando suponen utilizarlo para incrementar sus propios patrimonios. Pero desconocen que no se hacen ricos por poner en práctica los principios del capitalismo sino los contrarios al mismo. Dado que lucrar a costa de los contribuyentes no es capitalismo, es simple y llano latrocinio y rapiña.
Cuando un partido quiere desalojar a otro de la competencia electoral no hay arenga más estratégica, demagógica y más efectiva para semejante propósito que acusar a los partidos contrarios de querer defender o representar a “los ricos” y a “los capitalistas”, esto genera entusiasmo y apegos entre las multitudes y votantes. Es decir, esta perorata sumada a que en la mente de los sufragantes está implícito el Dogma Montaigne por el cual “la riqueza de los ricos es consecuencia de la pobreza de los pobres” brindan al demagogo la fórmula perfecta para aumentar su caudal de votos en cualquier elección. Por ejemplo, en el caso argentino el peronismo opositor predicó desde el comienzo mismo del mandato del presidente Macri que este “gobernaba para los ricos” (lo que desde luego era falso) y así, finalmente, logró vencerlo en las elecciones respectivas.