El “gran confinamiento” está teniendo un efecto devastador en las economías del mundo, mismo que se magnifica aún más en países como México, que viene de un año recesivo en 2019. Sin lugar a dudas, los costos del encierro superarán con creces los directamente relacionados con la enfermedad Covid19.
Y no me refiero a la irreparable pérdida de vidas humanas, que por sí mismas, son siempre irrecuperables y dolorosas para las familias que las padecen por cualquier causa, tenga o no nada que ver con el coronavirus.
Hablo en cambio de los miles o quizá millones de empresas, micro, pequeñas, medianas y grandes, formales e informales, que no sobrevivirán a esta crisis.
Se trata de fuentes de empleo e ingreso perdidas, pero más que eso, son proyectos, sueños y esperanzas de empresarios y trabajadores que quedarán injusta e innecesariamente truncadas.
¿O será que el objetivo es que cada día más gente se vuelva dependiente de los “apoyos” que reparte a su conveniencia el gobierno, y por eso le ha caído “como anillo al dedo”?
Y es que la elección racional cuando se tiene que elegir entre dos males, es optar por el menor de ellos. Hay sin embargo, un enorme error en entender al “gran confinamiento” como el menor de los males, cuando es el mayor de ellos.
El menor de los males era continuar y mantener al máximo la vida económica, extremando la vigilancia y precauciones sanitarias e higiénicas. Al mismo tiempo, se debió priorizar la realización masiva de pruebas para conocer de forma objetiva, y no sólo estimada (imaginaria) como hasta ahora, el número de casos confirmados tanto de contagio como de fallecimientos.
En cambio, el gobierno Federal -en complicidad con gobiernos estatales y municipales-, optaron de forma errónea por el confinamiento con diversos grados de obligatoriedad, con restricciones al derecho a la movilidad, por anular la libertad de las personas en ciertas zonas y horarios, por limitar lo que pueden o no pueden comprar (inexplicable “ley seca”, por ejemplo), por clausurar y sancionar a quien cometa el “grave crimen” de abrir sus changarros y negocios o de salir a la calle.
Pero al no haber cifras objetivas de contagios y muertos por Covid19, lo cierto es que el paro en seco de las labores se decretó a ciegas.
El sofisma es que “se prioriza la vida humana sobre la economía”, pero el hecho de que las llamadas “actividades esenciales” continúen operando con la “bendición” de los gobiernos, es la evidencia más contundente de que es del todo posible -y deseable- que la actividad económica regrese a la máxima apertura.
Lo anterior, sin considerar siquiera la agravante de que sean políticos y burócratas los que, desde su escritorio, decreten cuáles son esas “actividades esenciales” al estilo de la planificación central soviética y de la China de Mao, que no por casualidad fueron experimentos económico-políticos que terminaron con la imposición de dictaduras, catástrofes humanitarias, hambrunas, y con decenas de millones de muertos.
Otra vez: igual que con las “actividades esenciales”, los cuidados y precauciones sanitarias y de higiene, se deben reforzar sin excepciones al reabrir la economía.
No hay un Estado de excepción ni de guerra en México, pero es lo más cercano que hemos estado de ello en los últimos 100 años, y de no corregir pronto, seremos responsables de haber autogenerado una crisis que nunca debió alcanzar estos niveles de destrucción de empleos y riqueza.
Las organizaciones empresariales, la sociedad civil, los ciudadanos libres y la oposición política en el país (que hasta ahora sólo le ha hecho el juego a la 4T incluso con medidas más estrictas contra los ciudadanos), debemos exigir el fin del confinamiento cuanto antes.
Primero la salud, sí, pero sin llevarse entre las patas a los millones de mexicanos y sus familias, que necesitan trabajar para comer.
Un retorno paulatino pero definitivo a las actividades normales en mayo, es urgente. Debemos empezar ya, pues para salir del agujero en que nos han metido los gobernantes, el primer paso es dejar de cavar, el primer paso, es decir adiós al “Gran Encierro”.