La semana pasada, los índices bursátiles en México tuvieron ganancias semanales de más de 7 por ciento. En Estados Unidos, el Dow Jones y el Standard & Poor’s 500 avanzaron 6.81 y 4.91 por ciento, respectivamente. De hecho, acumularon su tercera semana consecutiva de ganancias y están por borrar las pérdidas sufridas tras el colapso que provocó la crisis por la pandemia de Covid-19.
El optimismo, está al mando.
El catalizador del viernes fue un informe estadounidense de empleos mejor a lo esperado, que animó las esperanzas de una recuperación económica en forma de “V” en la Unión Americana.
Los buenos ánimos están alentando el apetito por el riesgo, lo que de paso está favoreciendo también a los precios del petróleo y divisas de mercados emergentes, como México.
Pero, de nuevo, el mundo financiero está cayendo en un error que jamás se cansará de repetir: ignorar los fundamentos de la economía real.
Del mismo modo que el miedo que se apoderó del mundo nos llevó a una crisis y recesión que debió haberse evitado, ahora el optimismo está atrayendo como imán a confiados inversionistas que pasan por alto la brutal destrucción de riqueza provocada por el cierre de millones de negocios que jamás volverán a abrir sus puertas.
Lo anterior, sin contar los millones de metros cuadrados en oficinas que seguirán desocupadas después de la pandemia, pues ahora empleados y empresarios se han dado cuenta que la mayoría de empleos de este tipo se pueden hacer desde casa… sin pagar costosas rentas. La burbuja inmobiliaria, otra vez explotó.
Una economía donde (innecesariamente) se ha destruido capital de manera intencional con el confinamiento, no puede recuperarse como si esa pérdida nunca hubiese ocurrido. Destruir es más fácil que volver a construir.
No importa qué tan motivados se vean las bolsas de valores hoy, no podrán ignorar la realidad para siempre.
Este “rally” de los activos de riesgo (bolsas, divisas, materias primas, etc.) no es gracias a una economía pujante sino cortesía de los millones de millones de dólares en estímulos monetarios, fiscales, líneas de crédito, depresión artificial de tasas de interés, etc. que siguen inyectando sobre todo la Reserva Federal (Fed) y el gobierno de Estados Unidos.
Sí, los próximos meses se seguirán viendo mucho mejor porque comparado con el fondo, cualquier punto es más alto.
En ese contexto internacional, la Bolsa Mexicana de Valores, los bonos y el peso es probable que continúen ganando terreno también en próximas semana y meses, por lo menos, durante el verano.
Pero, ¡cuidado! En comparación, la economía mexicana está en una situación mucho más débil que la estadounidense. México no tiene la “máquina de hacer billetes” de la Fed, ni puede darse el lujo de que el gobierno envíe grandes cheques de apoyo a los ciudadanos como en el vecino país.
Además, Estados Unidos no estaba en recesión ante de la crisis del coronavirus, mientras que el crecimiento de nuestro país sí venía a la baja desde la cancelación del NAIM en 2018.
Por si fuera poco, es evidente que el presidente López Obrador seguirá adelante con los “mega proyectos” de su sexenio – Tren Maya, Santa Lucía, Dos Bocas, el “salvamento” de Pemex, etc.-, que llevarán en un año o dos a la degradación crediticia del país hasta el nivel de “basura”.
Como siempre, el optimismo infundado es un mal consejero. Pero, si gracias a él en el corto plazo se aprecia el peso, habrá que aprovechar. Quizá sea la última gran oportunidad de seguir saliendo de nuestra moneda hacia un refugio más seguro como el oro, la plata, el dólar y el euro, a precio de ganga. Una oportunidad de proteger nuestro patrimonio, que muy pocos habrán de aprovechar.