“Que se chinguen todos”. Ese es el sentimiento que está catapultando a Andrés Manuel López Obrador (conocido como AMLO) a la presidencia de su país. Al menos esa es la impresión que me llevé de una visita reciente a la capital azteca. Los mexicanos están encabronados por la corrupción dantesca del PRI, por los alarmantes niveles de violencia relacionados con el crimen organizado y por un mediocre crecimiento económico. Pero en lugar de votar por mejorar las cosas, a muchos parece motivarlos más las ganas de joder al sistema –y a todos con él–.
Sin duda México está mal, pero con AMLO podría estar mucho peor. Qué tanto, es una incógnita. Nadie sabe a ciencia cierta qué esperar de un gobierno de él, puesto que sus propuestas son un collage de ocurrencias. Pero ciertas características personales sí son por todos conocidas: su nacionalismo, revanchismo y mesianismo. Parafraseando a Octavio Paz, el analista Roberto Salinas León me dijo que, “según el humor del príncipe y el capricho de la hora”, AMLO puede ser un día un Lula da Silva y al otro un Hugo Chávez.
La cosmovisión del “mesías tropical” –como lo catalogara el historiador Enrique Krauze– es muy básica. Todos los problemas de México se deben a la corrupción, representada por la “mafia del poder” y “los traficantes de influencias” –en estas categorías entra cualquiera que lo critique o cuestione–. Solo él puede librar a México de ese flagelo. Por lo tanto, una vez en la cima del poder, su virtud y honestidad permearán a todo el sistema político y, de esta manera, los demás desafíos que enfrenta el país –economía, seguridad, infraestructura, lucha contra la pobreza– se arreglarán.
Cuando le preguntaron cómo haría para financiar todas sus generosas promesas de campaña, AMLO señaló que, según un estudio del Banco Mundial, la corrupción le costaba a México “más de un billón de pesos anuales” –el equivalente al 9% del PIB–. Como él la va a erradicar por completo, entonces de ahí saldría el dinero. Luego trascendió que ni siquiera existe dicho estudio del Banco Mundial.
Tras seis años de corrupción e impunidad generalizada con el PRI y doce años de una guerra contra el narco que ha costado más de 120.000 vidas, nadie puede culpar a los mexicanos por estar bajo la impresión de que poco tienen que perder con AMLO. Ese es un error del que podrían empezar a arrepentirse muy pronto.
Este artículo fue publicado originalmente en La Nación (Costa Rica) el 11 de junio de 2018.
Juan Carlos Hidalgo es Analista de Políticas Públicas para América Latina del Cato Institute.
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