Un presidente, de cualquier país, debe ser muy cuidadoso con sus opiniones personales, pues no son equivalentes a las de un simple ciudadano.
Las de él, o ella, representan la postura del estado que encabezan frente a un tema o asunto. No importa que hayan sido expresadas de modo casual o informal. Es imposible, de cara a la opinión pública, deslindar cuando se expresa desde una identidad personal o desde la otra, como jefe de estado.
Por lo anterior, las expresiones de un presidente nunca pasan desapercibidas; generalmente tienen consecuencias.
Un presidente vive, quiéralo o no, en una caja de cristal. Sus opiniones son un punto de referencia para sus seguidores cuando ellos deben tomar postura ante algo. Lo grave es que una opinión presidencial manifestada emocionalmente en contra de alguien se puede traducir en el mundo real en conductas colectivas en contra del destinatario de esta.
Una acusación presidencial en contra de alguien, persona, grupo, o sector social, expresada en una mañanera, equivale a un veredicto de culpabilidad sin haberse respetado el derecho legítimo a la defensa o la réplica, que asiste a todo mexicano.
Como ejemplo podemos mencionar que al inicio de la contingencia, no obstante que ya había una campaña de “sana distancia”, el “pueblo bueno” no creía en el peligro que se avecinaba y abiertamente decía que mientras el presidente no lo manifestara directamente y de manera personal, ellos no modificarían sus hábitos y menos aún, tomarían precauciones como el uso del cubrebocas.
El que trabajaba con la masa en la tortillería, al inicio de la epidemia, seguía amasando sin ninguna protección sanitaria mientras conversaba con los clientes y se carcajeaba como siempre, aunque hubiese mensajes transmitidos por el sector salud a través de la TV, a favor de la higiene.
La conducta popular cambió y la gente aceptó ponerse cubrebocas cuando el presidente mostró preocupación y pidió abiertamente seguir las medidas sanitarias definidas por su vocero, el Dr.López Gatell.
Por tanto, la opinión personal del presidente fustigando a los médicos de forma genérica y a los empresarios, ha tenido el efecto demoledor de un huracán. Cada vez que señala a un sector social, a un grupo o a una persona a través de una crítica, lo pone en riesgo, pues representa un linchamiento mediático equivalente a la decisión del “césar” en el foro romano.
Equivale a lo sucedido en la antigua Roma, cuando el público asistente al Coliseo esperaba ansioso el movimiento del dedo pulgar del gobernante para saber si el sujeto que estaba sobre la arena de este foro colosal, o sea uno de los gladiadores que se habían enfrentado luchando con armas mortales, merecía clemencia o el castigo mayor: la muerte. A partir del momento en que el césar daba su veredicto, el público que abarrotaba las gradas aplaudía a rabiar, festejando la decisión, sea cual fuere.
Del mismo modo, una opinión supuestamente personal del presidente en una mañanera podría desencadenar violencia en contra de alguien.
La opinión presidencial respecto a que para construir una obra hoy no son necesarios ni los ingenieros, ni los arquitectos, porque el “pueblo sabio” sabe como edificar, es un atentado en contra de la educación universitaria, del aprendizaje y del conocimiento. Es minimizar el valor del esfuerzo bien invertido en educación. Es minimizar el tiempo que invirtieron ingenieros y arquitectos en estudiar con vocación y profesionalismo.
También es una declaración formal de que no tiene caso tener abiertas a las universidades porque no son necesarias.
Señalar a los periodistas críticos de su gobierno como seres malévolos y corruptos presupone lanzarlos a la jauría de bots que pululan en las redes sociales para que los destrocen, aprovechando el anonimato que prevalece en este medio de comunicación popular, que protege a los agresores con identidades falsas.
Es grave no entender que estamos viviendo en el mundo de las percepciones, donde las verdades son irrelevantes. Lo que cuenta son las percepciones públicas, las cuales generan verdades relativas, o sea de consenso, aunque la esencia de su contenido sea falsa.
Por tanto, es necesario concientizar al presidente de la diferencia entre expresar una opinión personal cuando se es candidato y otra cuando ésta ya se manifiesta desde el púlpito de la máxima cúspide del poder. Desde el poder una opinión personal en contra de alguien representa una agresión con ventaja.
No olvidemos que el presidente gobierna para todos, incluso para quienes no votaron por él. Estas son las reglas de la democracia.
La opinión personal del presidente debe ser administrada con cautela, con conciencia de que no es equivalente a la de un ciudadano, sino que representa una declaración capaz de desencadenar tempestades.
¿Usted cómo lo ve?
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