Deuda pública global, una bomba de tiempo
La deuda soberana global ha alcanzado niveles sin precedente (y empeora cada segundo), poniendo el foco de atención en la sostenibilidad de la misma ante la continua subida de los déficits fiscales, pues si bien en los últimos años se ha registrado un fuerte crecimiento nominal, es un avance que en realidad oculta riesgos subyacentes que podrían derivar en un estancamiento económico.
Para hacer presente el dato, recuerde que el año pasado la deuda pública mundial registró un récord de 313 trillones de dólares, de lo cual da cuenta el Global Debt Monitor que elabora el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por sus siglas en inglés).
Durante mucho tiempo, la dinámica de la deuda se mantuvo muy favorable. Luego, durante la pandemia de covid-19 creció aún más debido a los grandes paquetes de ayuda implementados por los gobiernos.
La expansión fiscal (aumento del gasto y reducción de la recaudación) hizo elevar la deuda, mientras que el producto interno bruto (PIB) se contraía.
Fue así que la deuda pública como porcentaje del PIB aumentó significativamente tanto en las economías avanzadas como en las emergentes y de ingreso medio.
Se disparó la relación deuda/PIB de gran parte de los países desarrollados, apunta en un estudio el banco de inversión y agente de bolsa Morgan Stanley, que señala que la deuda soberana de los mercados emergentes aumentó a niveles considerados “problemáticos”, aunque sus economías se mantuvieron relativamente estables.
Y a pesar de que no existe una cifra mágica a partir de la cual determinar cuando una deuda soberana es o no sostenible, hay que poner atención en los riesgos subyacentes, fundamentalmente en las elevadas proporciones deuda/PIB, los amplios déficits fiscales y el repunte en los tipos de interés, que encarecen el servicio de dicha deuda.
En ese sentido, la multinacional estadounidense alerta con razón que en la medida en que los costos del servicio de la deuda converjan con los precios de mercado, aumentarán del 2.5 al 3.5 por ciento promedio hacia finales de la década, lo cual impedirá que las ratios de deuda puedan estabilizarse.
De lo anterior, es previsible que las ratios de deuda/PIB seguirán acelerándose en lo que resta de la década, advierte Morgan Stanley, “salvo que los países en riesgo adopten las políticas necesarias para devolver los déficits a niveles previos al covid-19, en los próximos dos a tres años”, un cambio que por ejemplo, en el caso de Estados Unidos, no parece que pueda venir pronto si Biden continúa en la Casa Blanca.
Atorón o estancamiento
Para la mayoría de los países, el actual déficit primario (que no incluye el pago de intereses por la deuda pública) es mucho mayor que el nivel estabilizador (cuando la relación deuda/PIB deja de aumentar), una brecha que es más clara en algunos de los países más endeudados, como son Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, en los que se anticipa que los impuestos sobre los ciudadanos seguirán aumentando.
En este sentido, en una nota de Bank of America (BofA) se lee que “Canadá está elevando las tasas impositivas sobre las ganancias de capital del 50 al 67 por ciento… los gobiernos occidentales altamente endeudados tienen promesas que cumplir, guerras que financiar… significa mayor inflación, mayores rendimientos y mayores impuestos… hasta que el banco central rescate al sector público”.
México, por la misma senda de la deuda ascendiendo, y el crecimiento bajando…
¿México corre ya al estancamiento? Esperemos que sólo sea un atorón, pero lo cierto es que el fantasma de la “estanflación” (fenómeno que ocurre cuando hay estancamiento económico con alta inflación) recorre a Estados Unidos y a México por igual.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) reveló ayer que el crecimiento definitivo del PIB del país ascendió al 3.2 por ciento en 2023; mientras, los analistas encuestados por el Banco de México (Banxico) pronosticaron que para el presente año será cercano al 2.4 por ciento, pero nuestro propio pronóstico apunta hacia un 2024 con crecimiento de apenas 1 por ciento.
Al mismo tiempo, el INEGI publicó que la inflación en marzo a tasa anual fue de 4.24 por ciento, muy por encima del tope superior autoimpuesto por Banco de México del 4 por ciento, y parece venir al alza.
Un día antes, en la edición 20 de la Conferencia Latinoamericana de Tesorería y Finanzas que organiza Citi, se llamó la atención sobre que el déficit fiscal de México es enorme, cercano al 6 por ciento del PIB, y podría ser aún peor.
Por lo anterior, se antoja muy difícil que en 2025, el problema del gasto deficitario se pueda solucionar sin lanzar a la economía al abismo.
Evidentemente, lo anterior representan cifras preocupantes en medio de la actual crisis geopolítica y de cara a las elecciones del 2 de junio en México y el 5 de noviembre en Estados Unidos, pero sobre todo, porque los bancos centrales están frente a una encrucijada: mantener las tasas de interés (o incluso subirlas) para mantener a raya la inflación aunque aumente el peligro de recesión; o recortar los tipos de interés para mantener contentos a los mercados financieros e inversionistas a costa de que la mayoría de la población padezca una peor escalada de precios.
Cualquiera que sea su decisión, tendrá altos costos.