Las dictaduras modernas entran por la puerta fácil y cómoda de la democracia: ganando elecciones. Hugo Chávez, después de haber intentado en 1992, en Venezuela, un golpe militar contra el presidente Carlos Andrés Pérez, fue encarcelado. Sin embargo, en 1994 fue liberado y ganó la elección presidencial en 1998 gracias a su carisma. A partir de ello manipuló las siguientes elecciones para mantenerse en el poder. Su dictadura personal sólo pudo ser derrotada en 2013 por el cáncer que se lo llevó por el camino sin retorno, aunque dejó a su heredero: Nicolás Maduro.
La dictadura de Evo Morales en Bolivia duró de enero del 2006 a noviembre del 2019, catorce años, tiempo en que se mofó incluso del electorado al no respetar el referéndum al que él mismo convocó para la “revocación de mandato” y el cual perdió el 21 de febrero del 2016: se negó a dejar el poder.
Evo Morales, entre las perlas populistas que nos dejó como legado, llegó a declarar: “por encima de lo jurídico, está lo político. Quiero que sepan que cuando algún jurista me dice: Evo, te estás equivocando jurídicamente, eso que estás haciendo es ilegal, bueno yo le meto, por más que sea ilegal. Después les digo a los abogados: si es ilegal, legalicen Uds. ¿para qué han estudiado?”
Ahora los herederos de Evo Morales volvieron a ganar la elección presidencial e inician una nueva historia que no sabemos cómo concluirá.
La democracia es como el flirteo: es un juego perverso de percepciones y seducción, donde las verdaderas intenciones del acosador quedan en evidencia hasta que ya no hay remedio, precisamente cuando en la mañana siguiente el seductor se despoja de la piel de oveja y muestra su rostro real con sus afilados colmillos.
Porfirio Díaz ganó las elecciones extraordinarias de 1877 apoyado en su innegable rol como héroe de la lucha en contra de la invasión francesa, pero ya sentado en el poder se las ingenió para ganar subsecuentes elecciones, alternando la presidencia con candidatos impuestos por él cubriendo periodos intermedios, como Manuel del Refugio González Flores, Juan N. Méndez y José María Iglesias. A Francisco León de la Barra, lo dejó como interino después de su renuncia en 1911.
A Díaz se le recuerda como dictador.
El desconocimiento de nuestra historia permite la manipulación de la interpretación de los hechos. Por ello vemos crecer este fenómeno a través de las simplistas clases de historia que continuamente nos recetan por televisión.
La idea de que los regímenes autoritarios inician siempre a través de un golpe de estado perpetrado por militares, como sucedió en Chile, Brasil, Argentina y Uruguay, por citar algunos casos de la segunda mitad del siglo XX, o a través de una revolución como sucedió en Cuba con Fidel Castro o en Nicaragua con la revolución sandinista capitalizada hoy por Daniel Ortega, es un estereotipo con el que se trata de engañar al pueblo. En Venezuela y Bolivia, por poner dos ejemplos, el autoritarismo llegó a través de las elecciones y se consolidó cooptando a las élites militares desde el poder, dándoles prebendas y beneficios que luego no querrían perder. Por ello terminan convirtiéndose en incondicionales de quien gobierna.
Los populistas hoy ganan elecciones capitalizando el descontento popular, al cual magnifican apelando a rencores ancestrales.
Hitler capitalizó la frustración de los alemanes al haber perdido la primera guerra mundial con graves consecuencias económicas que sumieron en la pobreza a la mayoría del pueblo. Por ello creó un modelo antropológico sustentado en el ideal de la pureza étnica, lo cual parece haberse interpretado como una explicación científica creada para el pueblo alemán, denominado “pangermanismo”.
El tema étnico fue fundamental para dar sustento racional al más bajo y burdo objetivo político de Hitler, que fue manipular emocionalmente a las masas, construyendo un ranking de pureza racial desde la perspectiva étnica. La raza aria fue ubicada en la superioridad y en contraposición los judíos fueron ubicados en los límites inferiores, capitalizando así el resentimiento y los rencores del pueblo alemán contra los descendientes de Israel, que veía que mientras la crisis económica y las carencias arreciaban, los judíos seguían viviendo con comodidades.
A partir de ello vino el despojo de sus propiedades, las agresiones y al final el exterminio en los campos de concentración, al ser considerados enemigos, no obstante que eran nacidos en Alemania desde muchas generaciones atrás.
El tema étnico tiene múltiples formas de enfocarse, pero siempre lleva el mismo fin: dividir para confrontar a partir de despertar rencores y resentimientos ancestrales.
En América Latina el tema étnico es también muy sensible y ya vimos cómo lo capitalizó Evo Morales en Bolivia. Por ello debemos tener cuidado en México, ahora que se acercan los 500 años de la caída de Tenochtitlán.
Evidentemente las injusticias, así como los graves e imperdonables errores de quienes nos gobernaron antes del 2018, generaron en México desencanto y resentimiento legítimo que hoy capitaliza MORENA para hacer lo mismo, pero a la mala, como gandallas. Para ellos “democracia es lo que me conviene”. La “doble moral” es el sello de la casa. El resurgimiento de la trasnochada “lucha de clases” que promueve MORENA para confrontarnos a los mexicanos, es un atentado contra la democracia.
Sin embargo, el gen autoritario está latente y oculto en nuestra idiosincrasia. En el estudio que acaba de publicar INEGI el 16% de los mexicanos prefieran gobiernos autoritarios, pues se les ha vendido el autoritarismo como la llave a la reivindicación y la justicia, aunque esto represente mancillar la ley y masacrar el estado de derecho.
Es innegable que en todo el mundo campea el desencanto por la democracia y la exigencia ciudadana de un cambio social y político radical, de raíz. La gente quiere ver un modelo diferente de gobierno y por eso está sensible a utopías que sólo maquillan lo mismo que había antes, pero con “fotoshop” mental que les permite proyectarse como algo totalmente diferente. A final de cuentas, la misma mentira dicha mil veces termina pareciendo ser verdad.
La democracia hoy es atacada desde el poder. De forma desleal se está manipulando hacia el descrédito del árbitro que estorba el intento de centralizar y concentrar más y más poder. Por ello la andanada morenista contra el INE.
México espera un gran cambio de verdad, pero no es a esta transformación que recicla viejos paradigmas, que destruye y no construye nada que valga la pena pues está sustentada en la improvisación.
Hay desencanto por la democracia, pero para construir un gran proyecto de país es urgente primero defender las instituciones autónomas que garantizan el estado de derecho. Defender al INE es fundamental. Dejar que nos lo roben equivale a despojar a los mexicanos de su derecho a decidir con total libertad, como ha sido durante los últimos 25 años.
POR CIERTO… No olvidemos que el IFE nació como respuesta al denominado “fraude electoral de 1988”, que con la caída del sistema siempre dejó la duda de que el gobierno había manipulado los resultados para robar el triunfo a Cuauhtémoc Cárdenas.
No olvidemos también que quien desde la secretaria de gobernación controlaba a la Comisión Federal Electoral, que era el organismo había organizado la elección, fue Manuel Bartlett.
Ante las dudas que generó esta icónica elección el neoliberal presidente Salinas creó en 1990 el IFE y el neoliberal presidente Zedillo fue quien en 1996 le dio la autonomía que tiene hoy el INE y que permitió que MORENA llegase a ganar la presidencia de la república.
Qué paradoja representa que quien en la elección de 1988 era la cabeza de la Comisión Federal Electoral, cuyas siglas son CFE, fuese precisamente Manuel Bartlett, quien anunció la “caída del sistema” y precisamente a los 25 años de la autonomía del INE, el partido que más se benefició de esta condición sea el que hoy quiere robarle su autonomía y regresarlo al control presidencial. La paradoja mayor es que en ese equipo gubernamental esté en posición protagónica, dirigiendo a CFE y seguramente asesorando al presidente, el responsable de aquellas elecciones tan cuestionadas.
¿Las siglas CFE habrán tenido un efecto premonitorio?
¿A usted qué le parece?
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