La resaca por una “borrachera” de endeudamiento y gasto se puede posponer y posponer… pero no para siempre. De hecho, entre más sea postergada, sus efectos pueden llegar a ser desastrosos, con recesiones prolongadas, inflación incontenible y cada vez menos recursos para rubros clave como salud y educación, hasta desatar una crisis de deuda, que no es otra cosa que la incapacidad de cumplir con las obligaciones financieras. El desastre.
Esto viene a cuento porque la silenciosa –pero no por eso menos insidiosa– deuda mundial (que incluye el endeudamiento de gobiernos, empresas y personas) se sigue acrecentando en niveles altamente peligrosos.
Decirlo así no es una exageración cuando el Monitor de Deuda Global del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por sus siglas en inglés) advierte que el año pasado llegó a la cuantiosa cifra de 313 billones de dólares (o sea 313 millones de millones de dólares), muy distante del récord que alcanzó apenas en 2020, cuando se situó en 226 billones.
La deuda mundial se incrementó más de 15 billones de dólares tan sólo en el último trimestre de 2023 con relación a un año antes, un gran salto que “se originó en los mercados maduros, impulsados principalmente por Estados Unidos, Francia y Alemania”, observa en su reporte ese grupo comercial de servicios financieros.
Como sabe, las alzas en los precios de bienes y servicios se traducen en un repunte de la inflación, y para tratar de contenerla, los bancos centrales elevan las tasas de interés, lo que a su vez implica el aumento en los pagos de los préstamos y un mayor riesgo de que las crisis de deuda hagan acto de presencia.
Los hogares con altos niveles de deuda pueden verse obligados a recortar algunas partidas de gasto, como la alimentación o el combustible; las empresas, con menos dinero para invertir y expandirse, y los países, a dejar de pagar sus deudas, y así podría cundir el pánico en los mercados financieros y provocar una ralentización económica.
Endeudarse, ¿un asunto negativo?
El riesgo de una crisis de deuda se intensifica por lo general muy lentamente, así que a los tomadores de decisiones de los países se les hace fácil aumentar la deuda pública, porque casi siempre le heredan el problema a alguien más en el poder.
Por ejemplo, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en México, no vaciló en empezar el año colocando bonos soberanos por un total de 7,500 millones de dólares.
Se trata de la mayor emisión de ese tipo de instrumentos en registro en México, y aunque es consistente con el aumento del déficit fiscal esperado para 2024, tenga en cuenta que es apenas el comienzo de la espiral de crecimiento de la deuda pública que veremos en este cierre de sexenio, en el que habrá un desbalance entre ingresos y gastos públicos no visto desde 1988.
Y es que para el presente año se contempla un déficit fiscal equivalente al 5.4 por ciento del producto interno bruto (PIB), que en pesos nominales equivale a alrededor de 1.8 billones de pesos de deuda adicional.
Hasta noviembre pasado, el saldo de la deuda neta del sector público federal ascendía al 50 por ciento del PIB, insignificante si se comparan como “peras y manzanas” contra el de Estados Unidos (emisor de la divida de reserva mundial), del 123 por ciento, pero que es más relevante al mirar el costo financiero de la deuda, pues, como dijera el secretario general de la ONU, António Guterres, “la mitad de la humanidad vive en países que se ven obligados a gastar más” por ese concepto de pago de intereses “que en salud y educación”.
Tiene razón. Mire lo que pasa en el país: para 2024 en México el costo financiero de la deuda será de 1.264 billones de pesos, en tanto que en salud se promete un gasto de únicamente 962,000 millones y de 1.019 billones en educación.
Quizá esta relación aún no constituya un desastre para el desarrollo, pero si el gobierno entrante no hace ajustes al gasto público, a partir de 2025 enfrentaremos un panorama más que delicado, pues los funcionarios en turno, como hacen los salientes, podrían recurrir a colocar más deuda para cubrir el déficit.
Las probabilidades en este momento apuntan a que Claudia Sheinbaum, candidata oficialista, se alzaría con la victoria en las elecciones presidenciales. De ser así, las promesas y compromisos que ha comenzado a asumir en su campaña, hacen prever que no tiene para nada contemplado una reducción de los gastos, sino todo lo contrario.
En fin, que como le digo, esta “bacanal” de deuda global no puede tener sino un final negativo para el valor del dinero que ganan y ahorran las personas que, en su mayoría, ni siquiera la ven venir.
¿Será casualidad que el precio del oro y el bitcoin hayan alcanzado máximos históricos esta misma semana casi al mismo tiempo? En realidad, la relación es causal: más deuda equivale a más dinero “impreso” en el planeta, y el oro – el dinero real- y su equivalente digital, son el “termómetro” que permite medir de manera consistente la pérdida de valor del llamado dinero fíat.