El Premio Nobel de Economía, Frederick Hayek, coordinador de un curso al que asistí hace años en la Universidad de Hartford, comentó que en Alemania en la década de los 30, antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, era frecuente que miembros del partido comunista se pasaran al partido nacional socialista, pero difícil que un liberal brincara a un partido socialista, comunista o nazi. La causa es que los partidos socialistas, comunistas, y nacionalsocialistas, tienen fundamentos filosóficos y éticos parecidos, pero diferentes a los de los partidos liberales.
El socialismo, nazismo y fascismo son colectivistas, colocan a la colectividad, representada por el Estado, gobierno o burocracia, por arriba del individuo o persona. En los colectivismos o estatismos, el Estado es superior a la persona, mientras en los liberalismos, rectamente entendidos, la persona se encuentra por arriba del Estado.
En un orden social colectivista, comunista, socialista, nacionalsocialista o fascista, la persona está para servir al Estado, que teóricamente representa a “todos”, al “pueblo” o a la comunidad, mientras que en los gobiernos con principios liberales el Estado está para servir a las personas.
Hay cristianos y pensadores de buena fe que pasan por alto que el colectivismo termina en dictaduras, que les dictan qué hacer a su pueblo en nombre del pueblo o de un mal entendido bien común. Ver páginas 37 a 41 del libro “Justicia social injusta”.
La filosofía cristiana es personalista, considera a cada persona humana un ser único, irrepetible y racional, capaz de decidir, responsable de sus actos. El bien común, en su interpretación correcta, no es una realidad diferente ni superior a la persona, sino un ambiente social que crea las condiciones para que cada ser humano se desarrolle material y espiritualmente, en libertad, sin perjudicar a terceros.
Los principios éticos cristianos parten de la libertad de la persona, ser superior al Estado, institución que debe estar a su servicio, garantizarle que decida libremente su proyecto de vida: trabajar o no trabajar, ser cristiano o ateo. Un gobierno personalista, democrático, debe tolerar y respetar las decisiones de cada persona, siempre que no afecten la vida, propiedad o libertad de otros.