Después de 3 años nueve meses de confrontarse con nuestro principal socio comercial, los Estados Unidos, destino de alrededor del 80% de las exportaciones de México y creador del 30% de los empleos en nuestro país, el presidente López Obrador comprendió que no nos conviene pelearnos con nuestro vecino del norte.
Dijo: “Debemos de procurar siempre de mantener relaciones de cooperación, respeto a nuestras soberanías y de amistad entre los pueblos de Estados Unidos y México. Procurar resolver de manera pacífica y mediante el diálogo todas las diferencias, no pelearnos con el gobierno de Estados Unidos”.
Esa afirmación lógica y de sentido común, no la ven bien los izquierdistas radicales, algunos de los cuales asesoran al presidente, pues para ellos “el imperialismo Yanqui” perjudica a México. Esa forma de pensar es fruto de ideologías radicales que deforman la realidad y no toleran que alguien piense diferente.
Los izquierdistas radicales consideran a todos los países capitalistas fuentes de explotación, al igual que a las empresas privadas, por ello, dicen los radicales, hay que romper relaciones con los Estados Unidos, expropiar las empresas privadas, repartir las tierras en el campo y darle al gobierno el control de la economía.
Esa ideología o conjunto de ideas, inspiradas fundamentalmente en las obsoletas tesis marxistas, las cuales cuando se aplican solo generan desempleo, pobreza y migración de pobres a países capitalistas. Esas realidades no las quieren ver los fanáticos de izquierda. Para confirmar el fracaso de las políticas de izquierda, que luchan por el capitalismo de Estado, solo hay que preguntarse porque millones de pobres y desempleados mexicanos y cubanos se van legal o ilegalmente a los Estados Unidos.
El presidente López Obrador se contaminó de las ideas izquierdistas a su paso por la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, pero no es un fanático de izquierda, como algunos de sus colaboradores cercanos, que le recomiendan ayudar a la dictadura cubana por afinidad ideológica, con la que tenemos un intercambio comercial que representa menos del 1% de nuestras exportaciones, y que parte de ellas no las paga, a consolidar las relaciones con nuestro principal socio comercial, los Estados Unidos.
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