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El Tren Maya: ¿Inversión o carga para los contribuyentes?

A dos años de su inauguración, el Tren Maya se ha consolidado como la obra más emblemática del sexenio de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, detrás de la narrativa oficial de “progreso” y “soberanía”, los números cuentan otra historia: la de un proyecto que, visto desde la óptica empresarial y de negocios, no es viable y se sostiene únicamente gracias a los impuestos de los mexicanos.

En 2026, el gobierno federal planea destinarle 30 mil millones de pesos, mientras que sus ingresos estimados rondan apenas los 1,271 millones. Es decir, por cada peso que el Tren genera, necesita más de veinte pesos en subsidios. ¿Aceptarías este modelo de negocio si fueras inversionista? Probablemente no. Pero, como contribuyente, no tienes opción: el déficit lo cubres tú.

El Tren Maya como empresa: un negocio fallido

Si analizamos el Tren Maya con criterios empresariales básicos, encontramos tres problemas evidentes:

  1. Ingresos insuficientes: los ingresos anuales no alcanzan ni el 5 % de lo que se le asigna en presupuesto.
  2. Costos crecientes: además de la construcción, el mantenimiento y la operación requieren subsidios permanentes.
  3. Mercado limitado: entre diciembre de 2023 y junio de 2025 transportó apenas 1.3 millones de pasajeros, una cifra muy por debajo de la meta inicial de 3 millones anuales. En contraste, el Metro de la CDMX moviliza más de 3.5 millones de pasajeros diarios.

En el mundo de los negocios, una empresa que no genera ingresos suficientes ni tiene perspectivas reales de crecer se considera un activo improductivo. Para un empresario privado, sostenerla sería una decisión irracional. Para el gobierno, se convierte en un gasto político financiado con impuestos.

La carga para los contribuyentes

El punto clave es que el Tren Maya no se financia solo. Cada peso adicional que recibe es un peso que deja de destinarse a servicios esenciales como salud, educación o seguridad.

Por ejemplo:

  • El presupuesto de 30 mil millones de pesos para el Tren Maya en 2026 es casi equivalente a lo que reciben los 13 hospitales e institutos de especialidad más importantes del país, que atienden a millones de personas sin seguridad social.
  • México destina apenas el 2.6 % del PIB en salud, cuando la OMS recomienda un mínimo del 6 %. Sin embargo, se prefirió canalizar recursos a un tren con más descarrilamientos que pasajeros satisfechos.

En otras palabras, los impuestos de los ciudadanos se están destinando a un proyecto que no cubre necesidades prioritarias. Este es el costo de oportunidad: cada peso que se va al Tren Maya es un peso menos para hospitales, medicinas o infraestructura realmente productiva.

El espejo de Pemex y CFE: empresas públicas dependientes

El caso del Tren Maya no es aislado. México ya tiene dos gigantes que operan con lógica similar: Pemex y CFE.

  • Pemex: en 2026 proyecta ingresos por 971 mil 600 millones de pesos, de los cuales 263 mil 500 millones provienen de aportaciones directas del gobierno.
  • CFE: recibirá ingresos por 535 mil 477 millones, con subsidios de 87 mil 768 millones.

En ambos casos, el Estado transfiere recursos que podrían destinarse a sectores sociales críticos. Tan solo las aportaciones a Pemex equivalen a más de tres veces el presupuesto del programa “Atención a la salud y medicamentos gratuitos” para población sin seguridad social.

El Tren Maya sigue la misma lógica: una empresa pública que genera pérdidas, pero que se sostiene artificialmente porque políticamente resulta rentable.

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Problemas de operación: descarrilamientos y baja demanda

Además de su inviabilidad financiera, el Tren Maya enfrenta un serio problema de credibilidad operativa. En tan solo 19 meses ha tenido cuatro descarrilamientos, el más reciente en agosto de 2025 en Izamal, Yucatán. Aunque no hubo heridos, estos incidentes evidencian deficiencias técnicas y de seguridad. Para un turista extranjero, la noticia de descarrilamientos recurrentes es suficiente para elegir otro destino. Para un empresario, es la confirmación de que el proyecto no cumple estándares mínimos de confiabilidad. Y para los contribuyentes, es un recordatorio de que están pagando por un tren que ni siquiera ofrece seguridad plena a sus usuarios.

La ilusión del “desarrollo”

El gobierno ha presentado al Tren Maya como motor de desarrollo regional. Sin embargo, el desarrollo no se construye con infraestructura deficitaria. En negocios, la inversión solo es sostenible cuando genera retorno. Si un proyecto requiere subsidios permanentes para sobrevivir, no es desarrollo: es una carga.

La narrativa de “soberanía” y “orgullo nacional” no sustituye a la lógica financiera. Un negocio sin clientes suficientes y con costos desbordados simplemente no es negocio, es propaganda.

Comparación internacional: soberanía vs. prosperidad

Los países más prósperos no son los que más empresas estatales sostienen, sino los que promueven la competencia y la inversión privada.

  • Estados Unidos, el país con menos empresas estatales, es la economía más grande del mundo.
  • México, Cuba, Nicaragua y Venezuela, con múltiples empresas públicas, arrastran deudas, corrupción y pobreza.

El Tren Maya, al igual que Pemex y CFE, encarna esta contradicción: se invoca como símbolo de soberanía, pero termina siendo un lastre para el crecimiento.

Un tren sin destino rentable

El Tren Maya no es un proyecto empresarial, sino un gasto político disfrazado de infraestructura. Desde la perspectiva de negocios, es inviable: no genera ingresos suficientes, su mercado es limitado y su operación es costosa e insegura. Desde la perspectiva ciudadana, es injusto: los contribuyentes financian un tren que no usan, mientras hospitales y programas sociales siguen careciendo de recursos.

La verdadera pregunta no es si el Tren Maya algún día será rentable, sino cuánto más estarán dispuestos los mexicanos a pagar por sostener un proyecto que nunca debió plantearse como negocio. En el mundo de la empresa, un proyecto así se cancela. En el mundo de la política, se celebra como “logro histórico”. Pero en el bolsillo del ciudadano, el resultado es siempre el mismo: más impuestos, menos servicios y un tren que avanza sin rumbo económico.