La salud del presidente de la república es un tema de seguridad nacional más que un asunto personal o familiar. Se ha minimizado el grave riesgo que significaría que el presidente López Obrador, si siguiese con el ritmo de trabajo actual, terminase infectado y quizá hasta padeciendo los síntomas del coronavirus y quedase fuera de circulación. No olvidemos que él forma parte del segmento de población vulnerable ante esta epidemia.
El senador de la república José Ramón Enríquez, quien es médico y miembro de la bancada de Movimiento Ciudadano representando a Durango, ha alertado en el Congreso la dimensión del coronavirus como un asunto de seguridad nacional.
No habrá estampas religiosas que salven a nuestro presidente de contagiarse si continuase asistiendo a grandes movilizaciones y eventos como los que encabezó en su gira por el Estado de Guerrero. El nuevo tope fijado en 5,000 asistentes a sus mítines no hace diferencia para protegerlo de ser infectado. Tampoco la “fortaleza moral” que le acredita el subsecretario de salud López Gatell cuando lanzó una declaración profunda y llena de sabiduría, que define: “La fuerza del presidente es moral… no de contagio”.
Tan grave es este riesgo, que el primer ministro Justin Trudeau, quien gobierna Canadá, por propia voluntad se recluyó junto con toda su familia en su casa para cubrir una cuarentena a partir de que se le informó que su esposa Sophie Grégoire fue infectada en su reciente viaje a Inglaterra para asistir a eventos representando a su país.
¿Qué sucedería si nuestro presidente tuviese que guardar cama ante el impacto de este virus?. Las implicaciones del vacío de autoridad que habría en este escenario, son de alto riesgo, pues la estructura gubernamental ya está condicionada al manejo centralista de las decisiones y cualquier cambio de estilo de conducción política, por pequeño que sea, en un entorno tan sensible como lo es esta crisis epidemiológica de alto impacto social, político y económico, generaría graves repercusiones.
Las buenas intenciones y una actitud positiva como la que caracteriza al presidente no son suficientes ante el embate de esta epidemia.
Por tanto, la salud del presidente ya no es un asunto privado y de su ámbito familiar, sino público y de seguridad nacional, por sus posibles repercusiones.
El presidente debe tomar más precauciones consigo mismo que ningún otro mexicano.
Dentro del impacto de la conducta y declaraciones del presidente frente a esta epidemia, a la cual él ha minimizado seguramente porque no ha estado bien informado, podemos añadir la polarización de los mensajes que recibe la ciudadanía.
Por una parte la SEP y otras instituciones gubernamentales se esfuerzan por concientizar a los mexicanos de la necesidad de modificar los hábitos personales y familiares, evitando socializar, para frenar las oportunidades de contagio, para lo cual el sistema escolar, empresas y todo tipo de instituciones nacionales hoy se esfuerzan, a un alto costo económico, por bajar el ritmo de sus actividades y cerrar oficinas temporalmente.
Sin embargo, en sentido contrario el presidente minimiza y banaliza el impacto de esta epidemia, generando confusión y la sensación de que la información que circula es exagerada y quizá malintencionada para perjudicar al presidente.
Esta incongruencia comunicacional tendrá graves repercusiones en un país que culturalmente es poco previsor y muy acostumbrado a convivir con el riesgo, aceptando estoicamente sus consecuencias.
Los mexicanos aceptamos las desgracias como parte de la aventura de vivir. Por tanto, el futuro no nos atormenta y vivimos intensamente el presente. De este modo, no sería remoto que en esta cuarentena, cuando el aburrimiento cobre la factura, después de varios días los mexicanos nos lancemos a los distintos destinos turísticos nacionales, donde seguramente sí nos recibirán. Con ello el riesgo se amplificará geométricamente.
España e Italia, después de la frivolidad de los primeros días, instrumentaron vigilancia policiaca y la aplicación de fuertes multas a quien salga a la calle sin justificación, ya que las únicas excepciones son acudir a farmacias y a supermercados.
Por tanto, nuestra reticencia a la disciplina y la proclive tendencia a la corrupción impedirían la aplicación de medidas drásticas como la española e italiana, para impedir, a través de la aplicación de multas, que la gente esté en las calles propagando el virus. Además, la tendencia gubernamental en los tiempos de la 4T a considerar como represión la aplicación de la ley, sería un factor adicional de riesgo.
Por lo anterior, es urgente considerar como asunto de seguridad nacional esta epidemia y en ello tomar como prioritario la protección de la salud del presidente, la cual se vuelve un asunto de importancia estratégica.
¿Usted cómo lo ve?
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