Lo que cada mañana se dice en Palacio Nacional, es escuchado también en el otro lado del mundo y analizado por los líderes con influencia global. Con toda seguridad arriba de nuestra frontera norte los mensajes emotivos y los reclamos llegan amplificados con caja de resonancia.
Parece ser que el único que no entiende esto es el mismo presidente de la república.
De nada sirve enviar abrazos y apapachos al presidente Biden si por otra parte en sus “mañaneras” reparte insultos e improperios a su gobierno. Los códigos culturales existentes en ambos países son radicalmente diferentes. Para la idiosincrasia anglosajona los simbolismos no cuentan, -ni las buenas intenciones-, cuando existen mensajes directos. Hay un choque cultural evidente.
Sin embargo, la diplomacia norteamericana es tan profesional que aprendieron a jugar con el doble discurso de los mexicanos y lo hacen tan bien que aquí se los creemos. Nos mandan mensajes oficiales de que “todo está bien”, pero por otra parte filtran información a la prensa.
Por ello el futuro de nuestra relación con Estados Unidos se ve incierto.
Dando una interpretación simplista a la “Teoría del caos”, -a la que pertenece el paradigma del “efecto mariposa”-, dice que cuando hay dos sistemas actuando de forma paralela, una pequeña variación en uno puede generar efectos impredecibles en el todo. De este modo podríamos entender que en un mundo que evoluciona hacia la búsqueda de la transparencia, -así como a la pretensión del orden y la certidumbre-, es que acciones aparentemente pequeñas e ilógicas, que parecen ser de alcance local, -como las que realiza el presidente López Obrador en sus mañaneras-, pueden desencadenar en el extranjero efectos de impacto impredecible para el mismo presidente, así como para México.
El presidente parece no entender la dinámica del mundo de hoy, -hipersensible y globalizado-, donde hasta acciones aparentemente simples y sin importancia, pueden desencadenar acciones de pronóstico reservado.
No entiende que, -en este mundo interconectado en tiempo real-, lo que dice en sus mañaneras, como presidente de un país de gran influencia global como lo es México, adquiere gran significación.
Las locuras del dictador Nicolás Maduro no tienen el mismo impacto mundial que tienen las del presidente de México, pues las inversiones extranjeras que hoy existen en un país pauperizado como Venezuela ni remotamente alcanzan el nivel de las que están arraigadas en México.
Los peligros que para Estados Unidos representa una frontera tan larga y porosa como la que le divide de México, es una variable que establece grandes diferencias.
López Obrador carece de la sensibilidad y experiencia en política exterior para entender las sutilezas de la relación entre políticos profesionales con visión global como la tienen los norteamericanos, y su interpretación de la hipersensibilidad mexicana.
No entiende el juego de la política sutil y de largo alcance norteamericana. Se distrae con los apapachos del presidente Biden y sus colaboradores cercanos, que están muy conscientes del alto valor de la sumisión de López Obrador frente a sus exigencias en materia de migración.
No pueden prescindir de él, aunque posiblemente en privado reprueben sus desplantes autocráticos y antidemocráticos.
Es ilógico no entender que los medios de comunicación de Estados Unidos no estén jugando un rol de estado, afín a los intereses y preocupaciones de su país. Por ello los reportajes de periodistas norteamericanos irritan a nuestro presidente.
El caso Cienfuegos le demostró al gobierno norteamericano que con este gobierno hipersensible y emotivo de la 4T debe ser cauteloso y no confiar en sus acuerdos.
Sin embargo, las respuestas agresivas e irracionales del presidente en contra de los periodistas Tim Golden y Natalie Kitroeff del New York Times, están generando las condiciones para un Tsunami en contra de él y la 4T.
Las ofensas no se olvidan y este gobierno se ha echado encima no sólo a la prensa crítica nacional, -con la que debiese haber tendido puentes-, sino con la internacional, que es implacable.
Estamos viviendo la era de la inmediatez en la política. Antiguamente los mensajes gubernamentales llegaban a través de los canales oficiales y estaban cifrados en un lenguaje institucional.
Hoy las redes sociales, -como lo es “X”, antiguamente Twitter-, llevaron el control de la política al ámbito personal, y por ello vemos el surgimiento de respuestas emocionales que reflejan el ánimo de quien las redacta.
La inmediatez de los tuits de Trump es equiparable a los mensajes directos que de modo emocional e irracional comparte López Obrador en sus mañaneras.
Este es el insospechado impacto de las nuevas tecnologías de comunicación pública en ámbitos antes tan tradicionales y cargados de protocolos, como lo era la diplomacia.
Por ello lo que hoy se dice cada mañana en Palacio, -ante un público controlado y afín-, recorre el mundo y a veces genera torbellinos de impacto impredecible.
Hoy hasta el aletear de una mariposa podría escucharse al otro lado del mundo si por su significado y relevancia es replicado por los sistemas informativos globales, interconectados en tiempo real.
AQUÍ NO PASA NADA
Lo que queda claro es que tenemos un presidente desinformado, pues desgraciadamente no ve noticieros de TV, ni escucha radio y menos aún lee periódicos. Sólo esto nos ayuda a entender por qué piensa que aquí no hay problemas de seguridad y todo está excelentemente bien en México.
Seguramente está viviendo su sueño de poder en un palacio de verdad, desconectado de la realidad, como lo estaba la realeza antes de la revolución francesa.
Seguramente por esa desinformación es que se victimiza y cree estar siendo objeto de una campaña en su contra, -ya no sólo nacional-, sino también internacional.