Sin duda alguna los mercados financieros están atravesando momentos complicados. El mercado de crédito está a punto de colapsar y muchas señales de advertencia críticas están siendo ignoradas.
Si la Reserva Federal elimina las compras de bonos (y lo hará pronto) y por lo tanto, las tasas se disparan (como lo ya lo han hecho y seguirán haciendo), ¿qué sucederá con el mercado de bonos y el mercado bursátil, que está empapado de deuda?
El mercado mundial de deuda ha disfrutado este siglo – a consecuencia de severas crisis- de bastantes años de compras extremas por parte de los bancos centrales, tanto de bonos soberanos como corporativos, a tal extremo que por primera vez en la historia, los rendimientos fueron negativos en varios países de Europa y Japón.
Tradicional y normalmente, el aumento de los rendimientos y de las tasas de interés se consideraba bueno para el dólar pero malo para el oro y casi cualquier otra clase de activos de riesgo. Sin embargo, lo que está igualmente claro tras años y años de intervención, “flexibilización cuantitativa” (creación masiva de dinero), experimentación y distorsión de los bancos centrales, es que ya nada es normal ni tradicional.
Por ejemplo, los mercados esperaban que el oro cayera cientos de dólares debido a los recientes picos de rendimiento sin precedentes. En cambio, el precio del oro subió… y seguirá subiendo hacia nuevos máximos históricos, otra vez, por encima de los 2,200 dólares la onza. Hoy estamos alrededor de 1,900 dólares la onza.
¿Por qué?
La Reserva Federal de EU y el Banco Central Europeo temen confesar que los sistemas se están desmoronando, sin embargo, el oro “sabe” que esto es así. Los bancos centrales hablan de subir las tasas de interés pasando por alto los altos niveles de deuda en que nos han sumergido los “estímulos” de gasto público y monetario en todo el planeta durante las últimas dos décadas.
Estados Unidos ya no es un país acreedor, por lo que disparar las tasa como en los ochentas es una opción absolutamente inviable por sus implicaciones catastróficas para la economía estadounidense y para el status del dólar como la divisa de reserva internacional. No lo harán.
Por eso el oro también “sabe” que el tapering (retiro de estímulos de inyección monetaria) y la inminente alza de tipos este año, no durará. Tarde o temprano las reducciones del balance prometidas serán seguidas por nuevas expansiones de la base monetaria (es decir, más “impresión” de dinero) comprando bonos. Es inevitable.
Sí, lo anterior también anticipa que el resto de la década seguirá cargado de tasas de inflación elevadas en todo el mundo, con precios del petróleo por encima de los 100 dólares y materias primas en precios récord. Pero de los dos males – destruir el sistema financiero, la economía y derrumbar el “castillo de naipes” que es el mercado de bonos, o tolerar la inflación-, tenga la seguridad de que las autoridades financieras y monetarias optarán por seguir socializando las pérdidas de valor del dinero con la inflación del crédito y la deuda.
A medida que las divisas, los sistemas financieros y los desacreditados bancos centrales pierdan la poca credibilidad que les queda, el precio del oro -el dinero real contra el que todas las monedas miden su valor- se mantendrá en un ascenso no exento de correcciones, pero con una clara tendencia permanente al alza.
La historia monetaria demuestra que el precio del oro nunca es motivo de preocupación sino de salvación en un ambiente inflacionario, pues es el activo refugio por excelencia, la piedra angular de cualquier cartera inversión y el único activo que cuando se tiene en físico o en forma segregada en una bóveda de seguridad, no representa el pasivo de nadie más. Ideal por eso tanto en épocas de inflación como de deflación.
Quizás los tiempos turbulentos que estamos por vivir en 2022 y en adelante – tanto por presiones económicas como bélicas- a muchos les haga comprender mejor la vieja enseñanza del banquero J.P. Morgan algunos todavía ignoran: “solo el oro es dinero, todo lo demás es crédito”.