¿Cómo llamarle a un sistema monetario que para seguir existiendo necesita emitir de forma constante cantidades exponenciales de dinero sin límite? Muy simple: fraude.
Eso, un sistema monetario fraudulento, es lo que tenemos en el mundo actual, y es responsable de la existencia del llamado “ciclo económico” de auge y recesión.
Contrario a lo que todavía algunos creen, el dinero ya no está respaldado en oro a pesar de que la mayoría de los bancos centrales poseen algo del metal precioso como parte de sus reservas, pero cuya mayoría, suelen estar en dólares, euros u otra divisa “fuerte” de papel.
Ninguna moneda de un país en desarrollo vale nada por sí misma si carece de dichas reservas, indispensables entonces para generar confianza en los extranjeros de que los locales tendrán con qué pagarles el capital que en ellos inviertan.
La manera realista de ver las cosas es que todas las monedas gubernamentales o fíat de países con economías emergentes, están “respaldadas” a su vez en otras divisas fíat que algunos suponen fuertes. El problema es que esos falsos gigantes monetarios deben su existencia a la emisión de un bono gubernamental (o sea a un documento de deuda) que los hace posibles.
El “respaldo” entonces de las monedas de “reserva” son en realidad los pagadores de impuestos en Estados Unidos, Zona Euro, Japón, Reino Unido, etc., de quien sale el dinero para el servicio de la deuda de sus respectivos países.
El dólar entonces se sostiene en la deuda del gobierno estadounidense; el euro en la de los gobiernos de la zona (más en el gobierno alemán); el yen, en los bonos del gobierno japonés, y así sucesivamente.
Es decir que para que haya dinero gubernamental debe haber deuda pública, que se paga con más dinero gubernamental (deuda más intereses) que para poder existir requiere de todavía más emisión de deuda pública.
Todo ello nos conduce a una espiral de expansión crediticia y monetaria sin fin que perjudica sobre todo a aquellos que se encuentran más abajo en la pirámide de distribución del dinero.
No debe sorprendernos que los primeros que reciben el capital fresco recién creado sean los gobiernos, los bancos y quienes hacen negocios con ellos, que pueden así gastar el dinero mucho antes que aquellos que se esfuerzan día con día para ganarse el sustento con su trabajo, pero que están hasta el final de esta cadena de nuestro fraudulento sistema monetario.
Y es que la expansión continua de dinero conduce a la irremediable pérdida de valor de este, que se refleja en el alza de precios. De manera que quienes lo gastan primero lo hacen con un poder de compra mucho mayor que aquellos que lo gastan al final.
Lo peor no es eso, sino que el incentivo perverso es perfecto para aquellos que se hacen del poder público en cualquier país, con un razonamiento como este: “gastemos todo lo que se pueda a la brevedad posible antes de que el dinero recibido pierda más valor. No necesitamos ahorrar. Es más, ahorrar o pagar deudas es sinónimo de perder poder de compra. No lo hagamos. En vez de ello pidamos más dinero prestado, y cuando haya que pagar nuestros bonos, emitamos nuevos bonos a más largo plazo para refinanciarlos.”
Como le digo, así se causa el ciclo de auge y crisis cuando las deudas son ya tan grandes, que son impagables, se genera un “efecto dominó” de impagos que termina en destrucción económica y en la emisión de nueva deuda y dinero como “estímulo” para salir del atolladero. ¡Una carrera hacia al fondo!
Nos guste o no, esa es la realidad que vivimos, y como inversionistas (todos lo somos en mayor o menor grado) – mientras no podamos cambiar ese sistema- tenemos dos opciones: adaptarnos a él y beneficiarnos con las reglas del juego existentes, o ser sus víctimas.
La última está descartada, por lo que para la primera, se requiere la suficiente inteligencia financiera para comprender que como personas o empresas debemos jugar el juego contrario al de los gobiernos y bancos centrales: siempre ahorrar.
Ahora bien. Para que nuestros ahorros se conviertan en inversiones ganadoras y dejen de ser capital que se erosiona a causa del fraude monetario, es necesario que convirtamos de inmediato nuestro capital ahorrado en activos valiosos.
Estos instrumentos escapan de la esfera del poder público de creación ilimitada de crédito por ser bienes físicos o digitales con existencias limitadas y cuya demanda siempre es superior a su oferta, lo que los vuelve RELATIVAMENTE escasos.
Entre estos cuente primero que nada al oro físico y a algunos más como la plata física, los bienes inmuebles en zonas de alta demanda (habitacional, comercial o industrial), a las obras de arte de artistas consolidados, a empresas y negocios exitosos con flujo de efectivo positivo, y sin duda, al bitcoin.
La inversión y reinversión en ellos nos permite generar una espiral de crecimiento, abundancia y riqueza que neutraliza la corrupción monetaria, y sobre todo, nos acerca – si somos constantes- a la verdadera libertad económica y financiera.