La pandemia es una tragedia global que ha alcanzado todos los rincones habitados del planeta, por lo que escaparse de ella, era imposible. Tarde o temprano nos iba a llegar y golpear con todo, como ya ocurrió. Pero si bien la crisis sanitaria vino de fuera, la económica fue autoinfligida.
La primera era inevitable, la segunda, no.
En este espacio hemos señalado lo injusto, inconstitucional y hasta clasista que resulta el encierro y el cese de actividades arbitrariamente designadas por burócratas de escritorio como “no esenciales”.
Para quien vive de su trabajo, su ingreso es siempre esencial, indispensable. Todas las industrias que existen tienen una razón de ser, y cerrarlas por decreto tiene efectos negativos indeseables e imprevisibles.
A nuestros políticos, incapaces de dar soluciones reales al sistema de salud para salvar vidas, se les ha hecho fácil ordenar un nuevo confinamiento con el sofisma de que “como la salud es primero, hay que cerrar todo”. Las cifras de contagios y muertes evidencian que esa medida no ha servido para contener la pandemia, pero sí que ha sido como una auténtica “bomba atómica” que arrasa destruyendo empresas y fuentes de empleo.
A diferencia de otros países ricos, en México los apoyos del gobierno han sido casi nulos para la planta productiva nacional. Eso no es lo criticable, en mi opinión, pues con un nivel de deuda que se disparó en el sexenio pasado y el mal manejo de las finanzas públicas del gobierno actual (tan centrado en regalar dinero a diestro y siniestro para comprar votos y en derrochar en proyectos inviables como Santa Lucía, Dos Bocas y el Tren Maya), nuestro permanente déficit fiscal no puede darse el lujo de dispararse.
Lo grave en todo caso es que, a pesar de que no podría apoyarse con inyecciones de recursos en efectivo a las empresas e individuos – insisto, como en Estados Unidos y Europa-, se les haya prohibido mantener sus actividades.
Esto ha dejado en la total indefensión a la gran mayoría de empresas en el país, y como la cuerda se rompe siempre por lo más delgado, son los más pobres y los negocios más pequeños (los que más generan empleos en México) los que más han sufrido las consecuencias y cerrado sus puertas.
La devastación económica en 2020 fue la peor en 100 años con una caída del PIB de 8.5 por ciento, pero no podemos pasar por alto que fue de hecho el segundo año consecutivo en recesión.
Ya es demasiado tarde para corregir el rumbo, pero aun así, tiene que hacerse.
Los gobiernos de estados y municipios tienen que centrarse en vigilar que se cumplan las medidas de higiene, sana distancia y cubrebocas, pero deben evitar caer una vez más en el mismo agujero en el que ya cayeron dos veces: el encierro y la suspensión forzosa de actividades económicas.
La pandemia tardará quizá unos dos o tres años en superarse, pero los “pecados” económicos cometidos, se pagarán quizá en no menos de una década. Entre más tardemos en la reapertura, la catástrofe económica y la pobreza seguirán escalando de manera exponencial, y eso es algo que no podemos permitir.