Conforme pasan los días la tranquilidad llega a un número mayor de mexicanos, que forman parte de segmentos de la sociedad que no votaron por Andrés Manuel López Obrador.
Es cierto que AMLO es diferente a todos sus antecesores y parece ser congruente entre su discurso político y su conducta personal.
Conoce muy bien el manejo de percepciones y su imagen pública. Al transportarse en un Jetta básico, color blanco, proyecta la imagen de austeridad, de lo cual ha hecho una virtud. Transportarse sin la parafernalia del poder, o sea sin patrulleros ni gran número de motociclistas, refuerza su imagen de austeridad, lo cual le dará autoridad moral para exigir la misma conducta a sus subordinados.
Su insistencia en equipararse con el presidente Juárez y con el presidente Cárdenas, nos refiere a su necesidad emocional de dejar un legado que le garantice un lugar en la historia de México.
Para quienes hemos estado a punto de perder la vida súbitamente, como sucede cuando se es víctima de un infarto al corazón, como fue la experiencia que vivió Andrés Manuel en diciembre del 2013, cambia la percepción de la vida. Esto podría explicar esta nueva actitud de Andrés Manuel. Se nos mostró en esta campaña un hombre más conciliador.
Seguramente a ello se debe que muchos detractores le perdieron el miedo y estuvieron abiertos a considerar la posibilidad de su triunfo en un contexto pacífico y de civilidad, como efectivamente sucedió.
Hace varios años una persona cercana a él contó una anécdota de juventud que, de ser totalmente cierta, explicaría su actitud mesiánica y fundamentalista, de las campañas anteriores.
Cuentan que siendo joven y líder local del PRI, en Tabasco, acudió al festejo familiar de un amigo en una pequeña finca rústica, a la orilla del rio.
Después de comer el amigo le invitó a que se dieran un chapuzón en el rio, para refrescarse, seguramente agobiados por el fuerte calor de esa zona.
Relatan que quedó atorado en una poza, lo cual le impedía subir a la superficie y significaba que, si no lograba hacerlo antes de que se le acabara el oxígeno de los pulmones, seguramente perdería la vida.
Preocupado porque sus esfuerzos no lograban salvarlo, se encomendó a Dios y a partir de ello, logró salir de tan fatal trance. Dicen que esta experiencia le marcó y le dio la certeza de que esa segunda oportunidad le auguraba una importante misión en la vida, al servicio de los sectores vulnerables de este país.
Podríamos decir que esta historia, conectando con la experiencia del infarto, podrían describir qué mueve hoy a Andrés Manuel. Una causa social canalizada a través de la política.
Concediendo que esta historia fuese verídica, podría explicar algunos rasgos de personalidad del próximo presidente y entender que su motivación mas que el poder y los beneficios materiales que este le ofrezca, es la búsqueda de trascendencia política. Es un tema de vocación política.
Esto explica por qué en tres campañas presidenciales, en las cuales contendió, nunca se le fincaron cargos de corrupción personal.
Su vida personal discreta y de bajo perfil le dio la autoridad moral para fustigar a otros y señalar actos de corrupción de la “mafia del poder”.
Sin embargo, el reto que él tendrá que asumir ahora, para cumplir con su promesa de campaña de combatir la corrupción y que refrendó en su mensaje a la sociedad, al ser notificado de su triunfo, será encontrar los mecanismos de control que le permitan impedir que quienes participarán con él desarrollándose en toda la estructura gubernamental, no puedan cometer los mismos vicios, corrupción e impunidad que él mismo fustigó en los gobiernos frente a los cuales él ejerció el rol de oposición.
¿Como controlará a todos los que le apoyaron y sienten que con su triunfo llegó su oportunidad de mejorar su economía personal y se sienten reivindicados?.
¿Cómo controlar las ambiciones de todos los que obtuvieron cargos bajo la franquicia de MORENA?. Lo que cada uno de ellos haga, ante la percepción pública llevará el aval del nuevo presidente.
Especial relevancia tendrá negociar con su propia familia para que se mantengan al margen de los negocios y tráfico de influencias que ofrece el poder.
Siguiendo las conductas tradicionales de la política mexicana, familiares y amigos muy cercanos del presidente López Obrador seguramente se verán acosados por gente que sin escrúpulos les ofrecerán hacerlos partícipes de negocios que surgirían al amparo de su nueva posición influyente.
La gente cercana al primer círculo de influencia de un gobernante, se convierte en un área de vulnerabilidad ante sus detractores y enemigos políticos.
Una foto de uno de sus hijos o familiares cercanos, en una cuenta de Facebook o de Instagram, exhibiendo un auto de lujo, una propiedad inmobiliaria o un viaje al extranjero, puede desencadenar un tsunami político de proporciones descomunales que mancharía al mismo presidente.
Son tantas las expectativas generadas por el próximo presidente López Obrador, que la sociedad no pasaría el mínimo desliz.
Hoy nada queda oculto de la mirada pública. Las redes sociales son el instrumento ciudadano de control. Blindar de las tentaciones de corrupción a toda la estructura política que llega a funciones de gobierno bajo la bandera de MORENA, será su reto inmediato más importante.