En este espacio hemos explicado que por razones políticas y de manejo de expectativas, las autoridades financieras y monetarias siempre pecarán de optimistas. Por esta simple pero importante razón todas sus declaraciones deben ser tomadas con cautela y desconfianza. Habitualmente, el mejor consejo es considerarlas de plano en un sentido contrario al que anuncian para pronosticar de manera más certera.
Así las cosas, aquí advertimos desde el año pasado que los confinamientos obligatorios eran un grave error que provocaría destrucción de empresas, de empleos y de cadenas de suministro que tomaría años recuperar.
Y es que se puede cerrar y aniquilar sectores económicos completos por decreto, pero es imposible recuperar lo que dejaron de producir y reconstruir las compañías desaparecidas también a través de una simple orden de gobierno.
A diferencia de éste, que puede darse el lujo de robar a los ciudadanos de manera legal mediante impuestos, las empresas viven del flujo de dinero que se ganan vendiendo a los consumidores. Si no venden – y no pudieron hacerlo durante los meses que fueron obligadas a cerrar- no pueden sobrevivir. Punto.
También dijimos que no sólo no se resolvería la destrucción masiva de riqueza que los políticos provocaron, con “estímulos” de inyección monetaria y dádivas disparadas a las cuentas de los contribuyentes, como ocurrió en países desarrollados. Anticipamos en cambio que hacerlo agravaría la crisis económica al corromper aún más el actual sistema monetario fraudulento, pues un grave problema de cese de producción agravado por el exceso de deuda, consumo y crédito acumulados desde la Gran Recesión de 2008-2009, no podía resolverse con más de lo mismo. ¡No se puede apagar un incendio con gasolina!
En este sentido, el “pecado” monetario de la creación desenfrenada de dinero – empezando por la capital del sistema: el dólar estadounidense- profundizado de forma grave por los confinamientos, va a tener que pagarse mediante una severa penitencia de inflación.
En la Unión Americana el Índice Nacional de Precios al Consumidor se encuentra ya en niveles récord de 40 años, y en México, de más de 20 años.
Aunque banqueros centrales, funcionarios gubernamentales y analistas especializados han dicho que las presiones inflacionarias serán de corta duración, la realidad es muy distinta por las razones expuestas más arriba, aunque no se atrevan a señalarlas en público. Por eso escuchará de ellos que “hay problemas en la cadena de suministro”, “escasez de contenedores”, etc., pero NO los verá teniendo el valor de decir que lo que provocó esos daños y cuellos de botella fueron los confinamientos oficiales.
Ahora bien, aunque la Reserva Federal – banco central de Estados Unidos- acaba de anunciar la semana pasada que duplicará la velocidad de retiro de sus estímulos de inyección de liquidez para darlos por terminados en el primer trimestre de 2022, y que espera elevar sus tasas de interés objetivo de dos a tres veces en ese año, lo cierto es que los rendimientos seguirán siendo negativos en términos reales. ¿Por qué?
Desde 2015, cuando la Fed inició su último ciclo alcista de tasas de interés, nunca elevó en más de 25 puntos base (0.25 puntos porcentuales) cada vez el tope de su rango objetivo, y podemos esperar lo mismo ante el temor de enviar un mensaje de preocupación si lo dispara más allá.
De manera que ese rango de tasas que hoy es de 0.0 a 0.25 por ciento, cuando más, estaría llegando (suponiendo tres alzas de tipos en 2022) a un máximo de 1.0 por ciento. Las propias proyecciones optimistas de la Fed estiman que la inflación subyacente el año que entra será de al menos 2.7 por ciento, o lo que es lo mismo: los tipos de rendimiento reales continuarán en territorio negativo.
¡Pésimas noticias para los ahorradores, pero excelentes buenas nuevas para los tenedores de oro físico y de bitcoin, que para terror de las autoridades no pueden reproducir a placer!
No obstante, aún falta por comentar la peor parte: la Fed y todos los demás bancos centrales están en un callejón sin salida.
Si elevan las tasas de interés como debieran (a niveles por encima de la inflación) provocarían una reacción en cadena de quiebras – de personas, empresas y gobiernos- a lo largo y ancho de todo el planeta, que está sobreendeudado. ¡Esa es la amarga medicina que se resisten a tomar, pero que permitiría reconstruir paso a paso con bases sólidas toda la economía global a largo plazo!
Como eso no sucederá, preferirán mantener las tasas de interés reales en terreno negativo (por debajo de la inflación), aunque el costo sea que los consumidores paguemos el ya aludido pecado monetario, con la inflación más alta y prolongada que jamás hayamos visto, en medio de una economía estancada.
Esta última, les reitero estimados lectores, será en efecto la errada opción que tomarán nuestros banqueros centrales, y por eso, 2022 será un año de colapso monetario, pero que durará el resto de la década.